Cierto día un motivador estaba dando una conferencia frente a un auditorio compuesto por gente muy exitosa y quiso hacerles una pequeña demostración.
De debajo de la mesa sacó un jarro de vidrio de boca ancha y lo puso sobre la mesa frente a él. Luego sacó una docena de piedras del tamaño de un puño y empezó a colocarlas una por una en el jarro.
Cuando el jarro estaba lleno hasta el tope y no podía colocar más piedras preguntó al auditorio: ¿Está lleno este jarro? Todos los asistentes dijeron ¡Sí!
Entonces dijo: ¿Están seguros? Y sacó de debajo de la mesa un cubo con piedras pequeñas de construcción. Echó un poco de las piedras en el jarro y lo movió haciendo que las piedras pequeñas se acomodasen en el espacio vacío entre las grandes.
Cuando hubo hecho esto preguntó una vez más: ¿Está lleno este jarro?
Esta vez el auditorio ya suponía lo que vendría y uno de los asistentes dijo en voz alta: “Probablemente no”.
Muy bien, contestó el expositor. Sacó de debajo de la mesa un cubo lleno de arena y empezó a echarlo en el jarro. La arena se acomodó en el espacio entre las piedras grandes y las pequeñas.
Una vez más preguntó al grupo: ¿Está lleno este jarro?
Esta vez varias personas respondieron a coro: ¡No!
Una vez más el expositor dijo: ¡Muy bien! Luego sacó una jarra llena de agua y echó agua al jarro con piedras hasta que estuvo lleno hasta el borde mismo.
Cuando terminó, miro al auditorio y preguntó: ¿Cuál creen que es la enseñanza de esta pequeña demostración?
Este experimento ha ido rondando en mi cabeza durante estos últimos meses.
Supongo que para cada una o cada uno de los asistentes a la conferencia esta demostración supuso una enseñanza distinta. Yo vi en esos días reflejada en ella mi propia mente, llena de cosas y cosas, y siempre con sitio para meter alguna decepción más, algún remordimiento más, alguna frustración más…
Intenté llenar alguno de los huequecitos de silencios. Dura misión. ¡Qué complicado! A mi mente no le gustan los silencios y en esos días, especialmente, no dejaba de irrumpir en cada uno de ellos de manera resolutiva.
Cada mañana una nueva esperanza. Cada tarde una nueva decepción. Cada noche una nueva angustia.
¿Y qué pasó?
Pues que, a pesar de intentar cada día vaciar parte del contenido, permití entrar el agua hasta el borde mismo del jarro, hasta que todo se sobró.
Y todo se desparramó alrededor, dejando a la deriva energías, humor, pensamientos y sentimientos.Todos campando a sus anchas por ahí, sin control, sin orden, sin gestión, sin consciencia….
Llena de todo y llena de nada. El vacío y la plenitud al mismo tiempo.
Y en medio de este caos noté el agotamiento de mi mente y el mecanismo dejó de funcionar. Todo se paró, por fin. Un atisbo de atención se hizo paso. No hay que hacer nada. Solo respirar, y soltar…
Nadie hace nada, y nada se queda sin hacer…
Y todo cambió. Duró unos minutos, los suficientes para ponerle la tapa al jarro y esperar…
Y aprovechando ese ego extenuado pedí una baja médica que me ofreciera tiempo, y elegí el paisaje adecuado para llevar a cabo ese reseteo que volcaría el jarro sin remedio.
Y pulsé la opción de borrado, sonriendo mientras vencía la insistencia de mi mente en dejar por ahí una copia de seguridad. Y, de pronto, una corriente de sosiego me traspasó. Y me inundó la Dicha.
Malvasía