Descansar a veces solo consiste en tumbarme en el sofá o en leer un buen libro, escuchar algo de música, pasear entre árboles, tomar un café con una amiga o ir al cine… Hay muchas cosas o situaciones que nos hacen experimentar eso que llamamos descanso.
Descansar.
El silencio, la quietud, me van abriendo a otros escenarios donde descansar toma otro sentido más profundo.
Hay un momento en la respiración consciente, ese instante en que la respiración, como una caricia, nos llena de vida; ese instante en el que, con la misma delicadeza, nos quedamos sin nada, en ese vacío que sostiene la vida, en ese instante efímero y eterno a la vez… en el que sientes que rozas con los dedos ese lugar, ese tiempo donde parece que todo desaparece, donde parece que desapareces tú misma por un segundo… Y ahí, en ese instante, el descanso es donde cobra nuevo sentido.
Cerrar los ojos.
Tomar conciencia de dónde estoy.
Volver todo yo al presente.
Solo estar, en silencio. Dejar que el silencio me inunde.
La palabra adecuada es gozada, descanso, quietud, calma… Y no es ninguna de ellas, porque ninguna define la situación, el momento enteramente.
Pero, a veces, esa sensación de desaparecer roza con otra sensación: la de ser devorada. Y entonces el pánico se apodera de mí, todo en mí se encoge, mi corazón se desboca, me sudan las manos, se llenan los ojos de lágrimas. Y de nada sirve abrir los ojos, negar con la cabeza o intentar sacudírmela de encima.
Permanece.
Se mantiene.
Como una oscuridad que lo tiñe todo. Como un silencio que grita desesperado. Como si mis dedos rozasen lo más misterioso de la intemperie, de su zona más sombría. Como si me topara con lo absurdo, con el miedo, con el vacío.
Algo tira de mí, algo me enreda por dentro. Puedo intentar alejarme, llenarme de ruidos, abrir los ojos y negarme a cerrarlos, no dejar de moverme… Pero nada sirve. La sensación permanece en mi cuerpo o en mi mente o en mis sentimientos o en mi recuerdo. ¡No lo sé!
Solo sé que esa sensación no desaparece por muchas cosas que intente. Permanece.
Permanece al igual que la sensación de caer, esa otra sensación de flotar en confianza plena, de formar parte de cuanto me rodea, porque es lo mismo: dentro o fuera. ¡No importa!
Es lo mismo lo que me inunda por dentro y lo que llega por fuera, porque a veces no hay sensación de distancia. Sin separación, sin referencia, sin fronteras corporales. Porque es como si todo fluyera, desde dentro, desde fuera.
A veces el vértigo se cuela por un resquicio, por una esquina. Y entonces el pánico se vuelve a apoderar de mí, mis pies tienen la sensación de no tocar suelo, la angustia colapsa todos mis poros y mi cuerpo, que guarda memoria del dolor y la angustia, dispara mi mente. Busco la calma, pero no hay. Me resisto y tengo la sensación de hundirme más. Y creo rendirme. Y en ese momento mi garganta grita con desesperación: “No quiero morir”.
Abrir los ojos.
Asustada.
A mi alrededor no pasa nada. El grupo sigue en silencio.
Respiro despacio, sigo respirando despacio.
Mi mente se llena de ruidos, mis ojos permanecen abiertos.
Hay algo de mí que quiere salir corriendo. Pero hay otro algo que no me deja olvidar, y me ayuda a respirar, solo seguir respirando… hasta la próxima vez.
Simone