Silenciar la memoria para destapar el ego y dejar que se muestre, desnudo, en su misma apariencia, seguro y tranquilo, acomodado entre las cuatro paredes a las que llama casa, aunque está lejos de ser un hogar.
Para el ego todo su hoy es deambular entre las habitaciones de esa casa: atrás los recuerdos, delante los proyectos, en el piso de abajo los sentimientos, en la otra punta de la casa las ideas y los pensamientos que corretean por los pasillos de una mente dispersa e inquieta. Es un personaje que se crea en la ilusión de la acción, del ir y del venir. De ese no parar quieto. De ese ir siempre demasiado deprisa, despistado. Que lee el futuro con los patrones del pasado. Perdiéndose el presente como si no existiera, o como si fuera tan solo una carrera entre las esquinas o los polos del tiempo. Sin parar para nada, quizás por miedo a desaparecer.
Silenciar la memoria es la clave del silencio, es quitar el poder que el ego ejerce en el presente, para dejarlo de lado. Es acallar el pasado que se agolpa para dirigir.
Solo desde una memoria silenciada puedes sanar las heridas… porque de lo contrario quizás lo que se consigue es repetición de actitudes, situaciones, patrones… El ego está a gusto como señor del feudo. Se siente destronado cuando el silencio da sentido y sorprende, alumbrando un presente diferente… posibilitando que, sin entender, se comprenda en lo profundo, despistando al ego y a la mente, que anda como loca, corriendo y saltando como un mono loco de rama en rama o, peor aún, no deja de dar vueltas colgado de su cola y de sus rumiaciones.
Silenciar la memoria para poderla soltar, de forma íntegra, sin dejar hilos invisibles que no paran de alimentar a los dichosos monos que nos habitan y se expresan en sus frenéticos movimientos.
A veces todo esto no son sino ideas que me confunden y me despistan, pero que también me cuestionan, me azuzan y me revuelven hasta la médula. Quizá son deseos. Pero me llenan de contradicciones. A la par que me conectan con lo profundo y no me dejan impasible.
Hace tiempo leí aquello de “Nadie es feliz. ¡Qué difícil es ser nadie!» y rompió mis esquemas, el guión en el que me sentía tan cómoda, tan segura; media vida intentando reforzar un ego, creyendo que no había nada más que mi mente (mis sentimientos, las ideas propias y prestadas, la memoria como toda mi historia…) y cuando el silencio irrumpe en mi vida me va quitando los velos que impiden ver con claridad.
¡No hay nadie!
Estoy llena de personajes, pero no hay nadie.
Mi mente llena de monos que saltan y se marean girando una y otra vez, pero no hay nadie.
Y me cuesta entenderlo. Y me resisto.
Y es solo en el silencio donde se abre la posibilidad, es el silencio el que me guía a descubrir que soy. Sin ningún yo. Y me va dando pistas, me hace pequeños guiños… para llevarme suavemente a la experiencia de soy, solamente soy. Y lo capto, quizás por la mitad de una milésima de segundo, pero lo capto.
Y es irreversible.
Y no se graba en mi memoria, por muchos esfuerzos que hace mi mente; quizá se queda como anhelo o como deseo profundo de vivir y de elegir la vida en cada momento.
Pero se queda.
Simone