Así se titula el tema que estamos empezando a tratar en un grupo con el que comparto cosas de la vivencia de la espiritualidad.
Y es curioso porque le hemos dado muchas vueltas a la aceptación y también al soltar, y en ello andamos empeñados, más menos, cada cual.
Pero ¿eso de rendirse?
Hace tiempo que nos persigue el tema. Se nos aparece como una cima, como una meta, como el final deseado.
Nos enseñaron que la vida del ser humano es lucha, que teníamos que combatir contra las tentaciones, contra el espíritu del mal que nos quería arrastrar. Hasta en el libro de Job figura aquello de “La vida del hombre sobre la tierra es lucha”.
Cuando ya nos fuimos abriendo a la vida supimos que el mal tenía nombre y tratamientos diversos de Excelentísimo e incluso de Eminentísimo. Y el sentido de nuestra vida se seguía jugando en aquella lucha, ahora más “real”, pero lucha al fin y al cabo. En eso se jugaba el compromiso, entendido de unas formas bien concretas.
¿Rendirse en medio de la batalla? ¿Dejar de luchar? Rendirse es de cobardes, sentenciaba alguno.
He leído con interés “El experimento rendición”, un libro de un autor norteamericano, Michael A. Singer. Y lo he hecho porque el amigo que me lo ha dejado sabía de nuestra inquietud por el tema. Dejemos de lado la nacionalidad del autor y de mi vieja xenofobia hacia el “imperio”. La vida del autor desde el punto de su vivencia interior es intachable. Su deriva en las empresas y negocios es una montaña rusa, algo muy americano. Os transcribo algunas líneas de los fundamentos de la obra.
“Si el natural desarrollo de los procesos de la vida puede crear y ocuparse de todo el universo, ¿hasta qué punto es razonable pensar que nada bueno puede suceder sin nuestra intervención?
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¿Qué ocurriría si respetásemos el fluir de los acontecimientos y usásemos nuestro libre albedrío para participar en lo que acontece, en lugar de oponerle resistencia?
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¿Cuál de estas dos opciones resulta más provechosa: crear una realidad alternativa en la mente y luchar contra lo que me presenta la vida para que se amolde a mí, o desprenderme de mis deseos para ponerme al servicio de esas mismas fuerzas que han creado toda la perfección del universo que me rodea?”
Rendirse no es una actitud pasiva. No se trata de quedarse quieto y dejar que la vida haga su trabajo, como lo hace con los árboles, por ejemplo. Se trata de un cambio de enfoque, de un cambio de planteamiento de todo el ser, de todo el hacer de la persona.
La propuesta es soltar deseos, temores, sentimientos de culpa, vueltas y más vueltas al pasado, ansiedades de futuro. Abrirse del todo a lo que la vida traiga, a lo que la vida presente. Alinearse con la vida. Incluso cuando se acabe la existencia de esta forma en que la hago manifiesta. Todo será vida. Y seremos felices si nos hemos acoplado, adherido, alineado con ella.
En tal sentido podría hablarse de obediencia a la vida y de paz en la felicidad subsiguiente. Leía hace poco:
“La vida avanza. Soy yo quien no debo oponerme con mi ego a que se desarrolle. Si juego a favor de la vida seré feliz y haré crecer semillas. Si juego en contra seré desgraciado y haré aumentar el dolor y el sufrimiento”
La Vida con mayúscula es la manifestación del Ser que somos. Todas y todos nosotros somos Ser y podemos vivir en sintonía con nuestra seidad o cultivar nuestro ego en pos de éxitos y realizaciones virtuales y poco duraderas.
Podemos ser y acabar nuestra vida en plenitud o vivir nuestra egoperipecia hasta que nos choquemos con el sinsentido.
Así puede entenderse, y conste que me ha costado hacerlo, la famosa frase de alguna abuela adelantada que decía que “lo que viene, conviene”. Y es que lo que viene es lo que trae la marea de la Vida, es lo que hay.
Por tanto, rendirse no creo que sea dejar de luchar ni renunciar al libre albedrío, ni mucho menos amargarse la vida.
Tampoco es jugar a adivinar, tratando de interpretar supuestos mensajes crípticos que la vida nos pudiera traer. No hay instrucciones para el camino, es recorrerlo conforme se nos va presentando.
En resumen, podemos ahora acabar de hilar los tres verbos: aceptar, soltar y rendirse. Creo que, en sentadas anteriores, las primeras, descubrimos el valor de la aceptación. Estamos ahora, creo que varias personas del grupo, en el camino de soltar el famoso ego que con tanto esmero nos ayudaron a crear padres y educadores. Soltar culpas y rencores, miedos y ansiedades. Empezar a vivir el presente, lo que hay, sin las culpas del pasado ni el miedo del fututo. Soltar, soltar todo. Lo propio, lo construido, lo que se nos ha pegado, todo.
Rendirse es soltarlo todo y no querer agarrar nada más como propio.
Rendirse es esperar, día a día, lo que la Vida trae y acoplarnos con todo nuestro ser a ello. No más.
Como dice Singer, el del libro, que la vida asuma el mando.
Y claro, habrá que hablar y darle sentido desde ahí a muchas cosas: el dolor, el mal, la muerte, hasta la supervivencia de nuestro mundo y planeta.
Pero es que ya nos hemos rendido a la Vida.
Jon Ander