El otro día una amiga me decía que el camino a casa, aunque conocido, no siempre es sencillo. La pobre lo decía después de dar vueltas y vueltas para regresar a casa un día de tormenta con todas las carreteras inundadas.
Yo me preguntaba si realmente nuestra casa es un lugar conocido.
Hace mucho tiempo creía que mi casa era ese lugar seguro, lleno de ventanas con buenas vistas, al que nadie puede entrar sin permiso, ni ejerciendo violencia con una patada desbaratando la calma y llenando de horror aquello que creía mi hogar.
Pero cuando el terror entró en mi casa y de su mano llegó la angustia y las sombras… supe que me equivocaba.
Durante un tiempo largo busqué y puse la oreja para escuchar a otros y descubrir a qué llamaban hogar… y leía lo que caía en mis manos. Y encontré palabras, muchas palabras; porque todo está lleno de palabras; hay páginas y más páginas escritas, de todos los colores y formas. Pero yo no encontraba la respuesta, o quizás lo que no encontraba era la pregunta, pero de eso no me he dado cuenta hasta ahora.
Pensé que quizá la respuesta estaría en la religión, o más tarde en la espiritualidad; y leí más cosas todavía de otras tradiciones espirituales y de otras culturas, de otros tiempos…
Y de alguna forma casi me convencí de que, quizá, ese lugar estaba tatuado en mis células y por eso era un lugar inaccesible para mi mente.
Y volví a preguntarme si realmente el hogar es un lugar conocido.
He necesitado muchos años, poder mirar mi pasado y mi presente de otra manera, dejar que las palabras leídas calasen realmente en mí y, sobre todo, dejar entrar el silencio por todos mis poros, de forma voluntaria e involuntaria, muy a mi pesar, dejar que su poder, su nada, me embarguen, me abracen y me sostengan… para comprender que no es problema de conocer sino de reconocer.
Re-conocer.
Volver a conocer.
Como si fuera la primera vez y, a la par, como si fuéramos viejos conocidos.
Re-conocer ese fondo de siempre, cansado de esperar, que anhela desde hace demasiado tiempo el reencuentro conmigo misma.
Re-conocer y descubrir que ya estoy en casa. Que nunca la abandoné.
Re-conocer que aquella casa llena de ventanas, con bonitas vistas… era tan solo una expresión, como lo soy yo misma, según dirija mi mirada hacia dentro o hacia afuera. Y vi que era un error creer que eso era mi hogar; allí tan solo vivo como expresión de vida.
Re-conocer que ese lugar estaba tatuado en mis células y en todo mi ADN y en mis entrañas, pero no como un lugar sino como un mapa que invita… Y vi que también era un error creer que era inaccesible.
Por fin he comprendido que soy mi hogar, aunque mi mente se resista y me llene de ruidos.
Que no es cuestión de mirar dentro o fuera o solo muy dentro… que tengo que aprender a ver y reconocer (¡dichosa palabra!)…
Y que para eso tengo que ir despacio, atenta y, sobre todo, en silencio. Pero en un silencio lleno de palabras. Palabras pronunciadas y escuchadas en silencio.
Y hoy ya no me pregunto si realmente el hogar es un lugar conocido.
Simone