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Nuevo en el blog
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Acabado el verano toca echar una mirada retrospectiva y valorar cómo nos ha ido, más allá de lo puramente circunstancial, de si hemos tenido más o menos días de sol que el año anterior. Cada verano deja un poso de color en la retina y una melodía en nuestro álbum vital.
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Por diversas casualidades, de esas que se dan en la vida, he tenido la fortuna de toparme este verano con una canción de un cantautor independiente, El Kanka, desconocido para mí hasta este año. La canción se titula “Volar” y lleva ya cuatro años de andadura en las ondas, tiendas y vericuetos audiovisuales.
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Es una melodía pegadiza de esas que van anidando, sin permiso, en un rincón de la cabeza, a modo de hilo musical o fondo sonoro gratuito de la jornada. A ritmo de vals, El Kanka va desgranando una experiencia personal, no sé si real o imaginada, de cambio de vida, con visos de liberación y felicidad.
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Describe una sensación de ingravidez, como la que se percibe al dejar una carga pesada, “mis suelas no tocan el suelo”, canta. Hay un antes y un después en lo que cuenta, y un colocarse en la vida desde otro lugar. No me vas a encontrar donde estaba antes, “si quieres buscarme mira hacia el cielo”.
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Habitualmente con las canciones me suele ocurrir que no reparo en la letra hasta que la música ha hecho casa en mi oído. Aunque en este caso, por el contexto, la historia seguramente haga referencia a algún episodio de desamor o ruptura personal (no lo sé), sin embargo, yo enseguida me lo llevé a mi terreno y me dije: ¡cómo me suena este mensaje, este es de los míos!
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Lo que primero me llamó la atención fue esta frase del estribillo: “solté todo lo que tenía y fui feliz”.
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He sido educado en la cultura del tener, acumular, guardar… y, a pesar de ser un alumno lento, la vida poco a poco me va enseñando que el secreto de la felicidad precisamente consiste en todo lo contrario: aprender a soltar, romper ataduras, aflojar tensiones, desapegarse, dejar ir…
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Aprender a soltar es el mejor aprendizaje para saber vivir, en las horas altas y en las bajas. Soltar que no quiere decir abandonar, aislarse o quedarse solo, sino soltar las ataduras del ego que nos encadena a situaciones de sufrimiento.
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Soltar planes y proyectos, no aferrarme a ellos, relativizarlos y aprender a aceptar y reír cuando no se materializa lo previsto, o cuando me va mal (“solté las riendas y dejé pasar”).
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Soltar el culto a la imagen que me tensiona y me esclaviza haciendo que malgaste tiempo y energía para corresponder a lo que supuestamente mi entorno espera de mí, o para sentirme querido y aceptado.
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Soltar mi adicción al trabajo, mi apego al deber, que merma sustancialmente el tiempo que dedico a las relaciones familiares y sociales, o a mi cuidado personal.
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Soltar el miedo al futuro y confiar (“desde que no tengo nada parecido a un plan…”). Miedo al qué pasará, que me hace acumular “porsiacasos”, me desarraiga del momento presente, o sea de la vida, y me genera momentos de angustia y ansiedad.
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Soltar el “hay que hacer…”, el compromiso entendido a la antigua manera, que deja en segundo plano todo el maravilloso abanico de disfrute que nos ofrece la vida.
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“No hay nada que cambiar” dice el Kanka en su canción; “todo está bien” ha dicho más de un sabio; “ama y haz lo que quieras”, se atribuye a San Agustín. Experimentar la acción desde la unidad que somos para acercarnos a los demás con autenticidad y sin presiones.
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Saber soltar, dejar ir, fluir con la vida es también un buen equipaje de mano para acercarse a la muerte. Hace tres meses estuvimos despidiendo a una amiga que estaba en situación terminal, pero completamente lúcida, a consecuencia de un cáncer que le iba devorando por dentro. Había soltado todo, sabía que eran sus últimos días. Pues bien, antes de marcharnos nos dijo: “acercaos y dadme un abrazo, porque ahora solo quiero abrazar y besar”.
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Una gran lección. Soltar para ser y sentirnos uno con todo lo que hay. Para poder abrazar, besar y agradecer la Vida, sin peros ni cortapisas.
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Este verano leí también en algún sitio que la realidad es pura ficción y que somos nosotros quienes en gran medida la vamos creando, en relación a los patrones y clichés que almacenamos en nuestra memoria. Algo de eso me ha debido ocurrir a mí con esta canción del Kanka. Sospecho que, conscientemente, me la he llevado a “mi” terreno, no lo sé. Porque… ¿existe lo mío, lo tuyo?
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Solo sé que al escucharla percibí vibraciones agradables y, de algún modo, sintonicé con su mensaje, me sentí unido al autor, a quien agradezco enormemente que con su son y letra me haya regalado la ocasión de disfrutar este verano.
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Grupo de experiencia espiritual compartida
Unas cuantas personas se han apuntado ya a este grupo que hemos planteado.
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Esta semana que viene tendrán ya una primera reunión, en la que les acompañaremos con gratitud y alegría por encontrarnos.
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Les deseamos un recorrido profundo y duradero.
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Añadido esta semana a la web.
Transpersonal – Muerte y espiritualidad
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Conferencia en el curso de la UPNA sobre Comunidades compasivas en el Siglo XXI.
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Espiritualidad – Espiritualidades
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Silencio – El silencio como camino
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No-dualidad- Introducción a la no-dualidad
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Sentimiento oceánico
Nunca estuve del mar tan cerca como en aquel crepúsculo desierto, en una playa donde sólo chillaban las gaviotas, aquella tarde tan lejana, era a principios de un otoño, en que nadando y sin saberlo -el fragor de las olas, las gaviotas- me iba adentrando en el vientre tranquilo de mi madre.
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José Luis Parra,"Cimas y abismos".
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