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¿CÓMO HACER CON LA RABIA? (Simone)

Demasiadas veces me dejo llevar por la rabia, demasiadas veces me someto a sus caprichos y me dejo zarandear por ella como si fuese una muñeca rota; dejo, permito que coja las riendas de todo y me sumerjo en la niebla que no se disipa.

Algunos dicen que hay que aprovechar la rabia como si fuese una energía. La energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma; o eso decían en las clases de ciencias del colegio…

¿En que se podría transformar mi rabia?

Quizá pudiese transformarse en la motivación para levantarme cada mañana; o en colores con los que llenar de sonrisas mis días nublados; o en el perfume suave que me envuelve como una caricia; o en un bichito chiquito al que poder perseguir para cansar mi cuerpo y dormir, sólo dormir; o quizá en arrullo o en mantra que serena desde fuera y desde dentro.

Quizá pudiese transformarse en arte, en paisaje o en lámina salpicada de colores; o en arcilla o arena que se modela con un poco de paciencia, o con un cubo y una pala como si fuera una niña de vacaciones en la playa; o en brisa suave que juguetea con el pelo o en viento fuerte que me hace agarrarme a las orejas, como decía mi padre…

Quizá pudiese transformarse en lenguaje, en palabras que conectan con experiencias que tienen dolores escondidos, ocultos…

Quizás…

Pero no pasa, no cambia en cualquier forma… por lo menos de momento no lo hace. Y mientras tanto… no sé qué hacer con ella.

Es chillona y repelente, nunca se está quieta, se queja por todo; grita, llora y patalea cuando menos te lo esperas. No deja de repetir los “si hubiera dicho o hecho”, una y otra vez… y rumia constantemente, como un run run que no cesa, un murmullo que no para.

Hay días que va acompañada de cansancio y otro de impotencia, esa fuerza que resta en vez de sumar. Hay días que me dan ganas de patear el suelo, golpear la almohada y otros llorar hasta que se me acaben las lágrimas . . .

Y no sé cómo pararla. En serio que no sé… Y me preocupa… Y ocupa mi tiempo.

Es  lo que más me cuesta acallar cuando dejo que el silencio me alcance, desde dentro, desde fuera.

Es como un bastión que no se deja alcanzar, ni rozar, ni siquiera se deja consolar. Es una huraña, siempre huraña.

Lo único que me ayuda a serenar mi interior es el silencio, prestando atención al entrecejo, para relajarlo e intentar suavizar el gesto.

Y respirar, despacio, muy despacio… solo hasta la siguiente vez…

Pero no sé cómo pararla para siempre.

Simone