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HACER O NO HACER, O AMBAS COSAS (Miguel Ibáñez)

Volver a escribir después de tanto tiempo de silencio me resulta un tanto embarazoso. A lo largo de 100 entradas he ido desgranando mi pensamiento en forma de reflexión sobre la experiencia cotidiana. Día por día, observaba, percibía, miraba el devenir de lo que ocurre e intentaba volcarlo en palabras desde una mirada zen.

El zen es a algo difícil de expresar. El propósito de este blog no es otro que compartir, y al mismo tiempo sugerir, un modo distinto de mirar.

La vida fluye a una velocidad pasmosa. Cada instante vivido, ya fue pasado, ya no existe. Vivimos de las cenizas de la realidad. Esta impermanencia nos da tanto vértigo que tenemos que llenar la experiencia de «sustancialidad». Sí, nos aferramos a la sensación de realidad de las cosas y desde aquí la corriente emocional que recorre nuestro cuerpo responde con la sensación de placer y
disfrute o con la de dolor y rechazo, poniendo en todo momento el foco en eso «otro» que pretendemos objeto, sustancial y evidente.

Pero la realidad, a pesar de las apariencias, es otra. El ser y sentirme yo, como una cosa sustancial es sólo una interpretación, útil en cierto modo pero no real, por eso genera choques y rupturas.

Quizás te preguntes: Eso está muy bien, pero ¿Cómo salir de ese esquema, de esta rueda de hámster? ¿Se puede hacer algo para cambiar la mirada y experimentar libertad y calma?

Se puede hacer, o mejor no-hacer. A lo largo de la historia el ser humano ha intentado de múltiples maneras dilatar la mirada, ver más allá de los límites de la incertidumbre y, sobre todo, cómo afrontar la propia muerte y la de los seres queridos.

El ser humano desarrolló, a un tiempo, narrativas coloristas y conductas rituales que le han permitido dos cosas:

La primera es generar sentidos. Satisfacer la necesidad de saber el porqué de las cosas. Lo cual mitiga la incertidumbre cognitiva. Por qué sale el sol, y luego la luna, por qué hay enfermedad, por qué existe el mal o la muerte etc.

La segunda responde a nuestra naturaleza vital. Somo seres vivos y eso implica movimiento, acción. No se trata sólo de conocer, necesitamos hacer algo. Hacer algo para que esa narrativa que justifica el conocimiento de cómo son las cosas me permita beneficiarme de alguna manera en mi vida, en mi angustia vital y en mi incertidumbre.

Es por eso que necesitamos «hacer algo», construir mentalmente un mundo de coherencia simbólica y narrativa que nos permita estar seguros en el flujo de la existencia, tantas veces ilógico, amenazador y cambiante.

Pero también podemos no-hacer. Esta es la postura zen. No hacer significa aceptar la locura del flujo de la existencia. No intentar que la mente genere estructura alguna. Fluir con su ir y venir de emociones y pensamientos sin darles más valor que el de cualquier otro fenómeno que va y viene en la existencia.

Esta postura requiere mucha determinación e intencionalidad porque está muy lejos de la tendencia adquirida. Por eso es fácil hablar de zen, pero no tanto adoptar la postura zen ante la vida. Además puede que durante un tiempo esta postura sea incómoda. También físicamente incómoda. Y ambos niveles están relacionados. La rebeldía del cuerpo ante la inmovilidad es la rebeldía de la mente ante la no-construcción.

La mente siempre va a intentar su narrativa, su explicación de las cosas. Por eso la firmeza y determinación a no caer en el flujo mental. A permanecer majestuosos y dignos ante el permanente devenir en el que todo, absolutamente todo, es una permanente danza interactiva interdependiente. Hasta ser esa respiración que se produce gracias a todo el cosmos que en este instante hace posible algo como que el oxígeno permita a mi cuerpo consumir los nutrientes y continuar la vida. El cosmos en la cabeza de un alfiler…

Si lo piensas, la postura zen en muy simple. Basta no-hacer. No hacer mientras escribo, no hacer mientras paseo, no hacer mientras abrazo o acaricio a mi mascota. No hacer es olvidarnos de un señor yo que quiere ser y ser reconocido y con ello empequeñecer la infinitud del universo reduciéndola a la parcela de cuerpo que experimento como yo. Porque donde está tu tesoro está
tu corazón y el corazón estrecha la realidad cuando reduce el tesoro a la mirada de uno.

Al escribir esto soy plenamente consciente de que la fuerza de la inercia es muy grande y por mucho que lo escrito refleja mi experiencia más íntima, constato una y otra vez que mi sistema se recompone momento por momento y «vuelve la burra al trigo».

Pero no desfallezcas, nada se gana ni se pierde, todo está ya ahí.

Miguel Ibáñez