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LA FLOR INVITA A LA MARIPOSA (Antonio Arana)

“Yo deseo que mi poesía sea una sala que dé amparo a alguien”

Casa de Misericordia, Joan Margarit

Con esta cita comenzaba el libro “Primavera, verano, otoño, invierno y primavera” en la vida de Ryokan, monje y poeta zen, que editamos en la editorial Milenio en 2021.

La primera vez que conocí un poema de Ryokan fue en el verano de 1988: estaba grabado en una plancha de madera en el templo de la Asociación Zen Internacional fundada por el maestro Taisen Deshimaru, en la Gendronniére, en Blois (Valle del Loira). Era el siguiente:

La flor invita a la mariposa

sin intención.

La mariposa visita la flor

sin intención.

La flor se abre, la mariposa llega,

la mariposa llega, la flor se abre.

No conozco a los otros.

Los otros no me conocen.

Sin conocernos, seguimos

el mismo ritmo de la naturaleza.

Me sorprendió la profundidad de su aparente sencillez, ese seguir las claves de la vida, del dar, del recibir, del esperar, del llegar… Y la certeza de que en mí tocaba algo muy íntimo. De hecho, a Ryokan se le compara a menudo con San Francisco de Asís, ya que ambos se expresaron más allá de las propias palabras, más allá de los parámetros sociales, de los orígenes familiares o de los diversos clichés socialmente establecidos. Compartieron también su pobreza, su pobreza noble, su recogimiento, su soledad y su solidaridad, que suscitaron tanto el respeto como la burla, el desdén como la admiración.

Dominique Blain, en “Ryokan, l´oublié du monde“ nos dirá que “su único ejemplo fue su vida llevada hasta el límite”, vida vívida, vivida en su totalidad, sin fisuras, sin costuras, en un tejido único de amor, de alegrías, de dolores, de soledades, de compartires, de pasión (amor y dolor al mismo tiempo), sin negar nada, gozando de su ser tal cual es.

Después fueron apareciendo otros poemas en mi vida y calándome como suave llovizna, esa que para cuando te quieres dar cuenta ya te ha empapado. Esencialmente empapado con lo que yo aprecio de los poetas: la unidad entre cualquier aspecto de su vida y de su obra. Y en Ryokan descubrí una unidad sin distancia entre sus sentimientos, su práctica meditativa como monje zen y la poesía; entre su vida cotidiana en la soledad de su morada, las visitas al pueblo, los juegos con los niños y, de nuevo, la poesía. “Mis poemas no son poemas”.

De “Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera” en la vida de Ryokan, monje y poeta zen,

 Antonio Arana Soto (Zen Navarra), Editorial Milenio