La mayor parte de las personas vive su existencia como un contraste entre ilusiones y desilusiones, entre unas situaciones que son placenteras y otras de conflicto, de dolor. Si encuestáramos a un grupo numeroso de personas en relación a la idea que tienen de su vida, evaluada como positiva o negativa, agradable o desagradable, etc., probablemente encontraríamos a un mayor número de ellas que afirmarían que la balanza se inclina del lado negativo.
Esto es realmente decepcionante si, por otra parte, consideramos que la vida debiera ser algo completamente positivo, que la vida debiera constituir un crecimiento constante en relación a las propias facultades, a la conciencia clara de sí mismo, a la comprensión de las cosas, a la capacidad creativa, y este crecimiento conduciría progresivamente a una mayor vivencia de lo positivo.
Pues la vida está hecha, básicamente, de cosas positivas. El impulso extraordinario que nos hace vivir, que es nuestro impulso vital, es algo totalmente positivo, totalmente afirmativo. Y todas las facultades que van emergiendo de nuestro interior, también todas ellas son básicamente positivas. Si todos los componentes básicos de la vida son, en sí, positivos ¿por qué la vida, en lo personal, resulta frecuentemente tan negativa, tan amarga? Examinemos qué es lo que ocurre; pues al ser todos pacientes o víctimas en un grado u otro, es de la mayor importancia que entendamos qué es lo que nos pasa, qué es lo que trastorna este plan, podríamos decir, previo, inicial, de la vida, convirtiendo algo sumamente positivo en algo tan negativo.
Todos buscamos la felicidad, el bienestar; ¿por qué los buscamos? La respuesta inmediata sería: «porque no los tenemos». Pero examinándolo más a fondo veremos que la cosa no es tan simple, ya que la verdadera respuesta añade otro matiz. Efectivamente, buscamos la felicidad porque no la tenemos, pero además, porque de algún modo sí la tenemos. Cuando yo tengo en mí el deseo de felicidad, de plenitud, de paz, de bienestar, de inteligencia, de poder, etc., cuando yo siento esa ansia de lo positivo, ¿de dónde me viene sino de algo positivo que está en mí? ¿De dónde me viene la demanda, la intuición, el deseo, sino de algo que de algún modo está ya en mi interior? Si yo no tuviera en algún grado esa felicidad, esa plenitud, yo no tendría ni noción de esta posibilidad de plenitud.
Cuando registro en mí un malestar es porque, de algún modo, existe en mi interior una noción profunda de bienestar. Y este contraste entre lo que hay profundamente en mí y lo que yo vivo en mi zona consciente periférica es lo que moviliza mi aspiración. Es este contraste el que nos hace desear un modo más pleno, más completo, de vida -en la forma que se plantee cada uno-. Así, el hecho de que exista en nosotros un malestar es testigo de que hay en nosotros, en algún sitio, un bienestar. Cuando hay en mí un dolor hay también en mí, de algún modo, una felicidad. Si todo yo fuera dolor, yo no podría aspirar a la felicidad. Aspiro a la felicidad, tiendo hacia ella, porque de algún modo la siento vivamente en mí, porque para mí tiene un «sabor» de algo conocido y deseable.
Es lo mismo en cuanto a la inteligencia. Si yo deseo desarrollar mi inteligencia es porque, de algún modo, esa mayor inteligencia está en mí. Pues si yo llegase al término, al «completo» de mi propia inteligencia, en mí no habría la demanda de mayor inteligencia. Estaría saturado, para mí sería suficiente.
Cuando en nosotros aparece la aspiración, la demanda espontánea, natural, hacia algo, es porque ese algo está pidiendo desarrollarse, actualizarse. Por lo tanto, cuando nos lamentamos de las cosas desagradables o del modelo negativo que vivimos, hemos de aprender a intuir, detrás de la experiencia inmediata negativa, la presencia de algo positivo, que es lo que nos impulsa a buscar la solución.
Antonio Blay Fontcuberta. «Personalidad y niveles superiores de conciencia». Editorial Indigo. Barcelona. 1991.