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MIENTRAS HAY ESPERANZA, NO HAY VIDA (Jordi Casals)

Suele decirse ’mientras hay vida, hay esperanza’, pero ¿de qué vida hablamos? ¿De sobrevivir? La verdadera vida, la que nos permite realizar nuestra esencia, está aquí y no en las proyecciones mentales. Sería mejor decir ’mientras hay esperanza, no hay vida’.

La esperanza consiste en preferir un resultado futuro. Confiamos en que algo que preferimos que suceda va a suceder. Dependiendo de hasta qué punto coloquemos nuestra felicidad en ese resultado futuro, podemos hablar de dos tipos de esperanza: la esperanza-preferencia o la esperanza-apego. En el primer caso, tenemos preferencia por una situación concreta, por ejemplo, que me admitan en un trabajo que me gusta más que otro. Desear es algo natural, el problema es la esperanza-apego. Esta última es una trampa, puesto que creemos que si no sucede lo que esperamos no podremos ser felices.

Si se cumplen nuestras ilusiones, poco tiempo después nos volvemos a sentir frustrados al comprobar que la felicidad que experimentamos no es permanente. Esa frustración dura hasta que nace en nosotros una nueva esperanza, que vuelve a poner en marcha la trampa. En el fondo, sabemos que a toda ilusión sigue una decepción y a medida que nos vamos decepcionando una y otra vez, vamos perdiendo el interés en las ilusiones como fuente de felicidad. Entonces, esa desesperanza nos conecta con el presente y nos invita a confiar en la vida tal y como es, posibilitando la felicidad real.

En este sentido, la esperanza se convierte en una forma de aplazar nuestra felicidad: cuando cambie de trabajo, cuando me mude al campo, cuando me ponga en forma, entonces sí seré feliz. Cuando advertimos que no es así, dejamos de crear nuevas esperanzas. Las energías que antes utilizábamos para anticipar un futuro mejor se redirigen para abrirse al instante presente con una nueva mirada. Esta presencia, esta nueva disponibilidad, elimina toda necesidad de futuro. Nos damos cuenta de que el bienestar, que consciente o inconscientemente buscamos, ya está aquí en nosotros.

Hay una gran diferencia entre desesperanza y desesperación. La desesperanza es no esperar un resultado futuro concreto. Quien no tiene esperanza es quien no espera nada, mientras que la persona desesperada es quien necesita agarrarse a cualquier ilusión.

La confianza apegada a un resultado es desconfianza. Apegarse al futuro es desconfiar del presente. Perder la esperanza es dejar de tener la atención en los pensamientos sobre un futuro que se desea y ponerla en las sensaciones del momento que se está experimentando. Antes me preguntaba a mí mismo a menudo ‘¿a qué estás esperando? ¿Hasta cuándo seguir dando vueltas en el tiovivo de la esperanza?’.

Este es un problema que no tienen los niños pequeños. Hasta los tres años, un niño no empieza a desarrollar una identidad separada, sino que vive en comunión con la experiencia sensorial que le rodea. Confiar en la vida es algo innato. No obstante, a medida que crecemos surge en nosotros una conciencia de separación: nos identificamos únicamente con nuestro cuerpo. Así sentimos desconexión y esto genera desconfianza en la vida. Incompletos e insatisfechos, empezamos a proyectar futuros mejores con los que ilusionarnos y cubrir el malestar existencial.

Generar esperanzas sobre el futuro es automático en nosotros y darnos cuenta de que lo estamos haciendo lo interrumpe. Al interrumpirse, volvemos a sentirnos como niños, con plena confianza en la vida. La esperanza mira hacia el futuro mientras que la confianza observa el presente. Ya no me dedico a imaginar sino a observar.

El verdadero camino espiritual bien podría llamarse el camino de la desesperanza, ya que al transitarlo nos vamos despojando de toda posible esperanza. La verdad es lo que queda cuando caen las ilusiones. Esta tesis suele generar rechazo en las personas que se inician en la espiritualidad.

Los maestros espirituales que se dirigen a las masas suelen dar enseñanzas ligadas a la historia personal del sujeto, con un acercamiento progresivo, con propuestas para mejorarse a uno mismo con la esperanza de un premio futuro. Esto seduce al ego, al perpetuar la sensación de existencia independiente y separada, ligada a una historia temporal.

Cuando la esperanza cesa, la confianza deja de dirigirse hacia algo y se instala en el presente. Haciendo que la ilusión deje de distorsionar la percepción y la observación se vuelva más clara. Acoge lo que hay sin juicio, sin los efectos del ego: dejamos de creer que algo debería ser diferente a como es. Se traslada el foco desde el esperar al observar. La verdadera confianza no necesita confiar en nada que no esté ya aquí. La verdadera confianza es pura observación.

Observar la experiencia presente tal y como se muestra, es hacerlo sin esperanza. Si desconfías de la vida, no la ves con claridad. Si esperas, no vives. No se puede vivir en la verdadera confianza —conectado a la vida— mientras se siga teniendo una mente llena de esperanza. ¿Cómo confiar en la vida si vivimos en las esperanzas? Mientras hay esperanza, no hay vida.

Tomado de https://datelobueno.com/mientras-hay-esperanza-no-hay-vida/