El otro día una amiga compartió esta frase y me dio que pensar. Me sentí tocada en algún momento y me obligó de alguna manera a pararme, a estar atenta a qué ecos se repetían por dentro y, sobre todo, a guardar silencio… He descubierto que esto es lo que me funciona cuando algo topa por dentro con lo que llamo hoy nudo, en el que ando enredada; hace tiempo le hubiera llamado problema, lo fuera o no.
Y solo escuché. Y esperé…
“¡Ojalá!” es una palabra bonita; pero con mucho peso. Abraza toda la espesura que expresa. No es un mero deseo, ni una ilusión. “Ojalá” es desear con todas las fuerzas.
A veces me pasa que mi cabeza quiere algo y, al escuchar mi cuerpo, me hago consciente de que la necesidad va por otro lado. Pero con un “ojalá” es como si la cabeza y el cuerpo se pusieran de acuerdo, y lo que necesito es lo que deseo.
Por eso digo que esta palabra tiene peso.
Así la frase empieza con fuerza, con agarre, unificando el quiero, el necesito y el deseo como si fuera una sola realidad, unificando lo que soy, en ese estado de consciencia donde nada falta y nada sobra.
“Ojalá podamos tener el coraje de estar solos».
Podamos… seamos capaces de descubrir nuestras posibilidades y nuestras capacidades; podamos descubrirnos confiando en la vida y en la vida que somos… Confiar y descubrir que la Soledad no es un castigo ni un lugar para las abandonadas y los tirados sino algo más, algo más que un simple lugar… Quizá es lo más cercano a una vía de entrada, una puerta a la experiencia de ser una, de unidad, de ser más allá de nuestra forma humana. Cuando superamos el miedo a la Soledad y la sentimos en profundidad y nos sentimos desnudas, sin nada en ella, entonces, solo entonces, empezamos a descubrir que la Soledad es fuente de vida.
“Ojalá podamos tener el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a estar juntos».
Arriesgarnos… Ese es mi reto. Aquí es donde me topo con el dichoso “nudo».
Tengo la sensación de que cada vez me sobra más la gente. El distanciamiento social está teniendo un efecto desconocido y un tanto sorpresivo. Por un lado, descubrir que no necesito al otro, a la otra para vivir, descubrir que una misma es buena compañía… va alejando de mí la necesidad enfermiza del otro o de la otra para reforzar mi identidad. Por otro lado, descubro que cuanto más me desapego la distancia es más corta, y todo se vuelve paradoja. Y me topo de frente con la necesidad de resituar la necesidad que tengo de la gente, pero esta vez una necesidad sana.
Simone