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QUERERME A MÍ (Simone)

“Hoy he decidido quererme a mí”…

Así comienza una canción que me pasó un día una amiga como regalo, después de escuchar a Enrique Martínez Lozano por primera vez en sus talleres de los miércoles.

“… quererme a mí”. Y enlazaba muy bien con cosas que dijo Enrique ese día.

Hablaba de la necesidad de atención, afecto y silencio. A mí, a temporadas, se me complica la experiencia del afecto. Me cuesta tocarme y no sentirme revuelta; acariciarme y sentirme serena.

Hablaba de los hilos o ejes que nos atraviesan de forma constante durante toda la vida, aunque, como el “Guadiana”, a veces aparezcan y otras se escondan; incluso a veces, en apariencia, parecen ser otra cosa y me preguntaba… Me preguntaba si ahora que los veo con cierta nitidez, y los puedo nombrar, han estado siempre ahí; porque, aunque parecen nuevos, o suenan distintos, quizás tan solo lo son en apariencia y en el fondo siempre han sido lo mismo.

Hoy me veo transitada por la comprensión (proceso largo e involuntario, que se da cuando se da), el análisis (acompañado) y el Silencio; transitada o tejida por hilos que se cruzan, se retroalimentan y me sostienen. Pero miro atrás y no veo comprensión, ni silencio, sino que descubro muchas palabras que empiezan por “des»: des-cuidarme, des-quererme, des-considerarme…

Y se me hace un nudo en la garganta, se me encoje el pecho, se me nubla la vista y la nostalgia campa a sus anchas; me atrapa, me encierra, me paraliza y empiezo a echar de menos algo que se me escapa como el humo o la arena entre los dedos, porque no logro identificarlo. Y cuando las lágrimas asoman, me voy.

Se me da bien huir.

Y me pongo a mirar por la ventana. Veo un árbol enorme enfrente, y se me dibuja tímidamente una sonrisa. Es el pino de enfrente de casa. Lleva tanto tiempo en frente a mi ventana como yo detrás. Nos hemos visto crecer, él imponente, hasta casi rozar con la punta el cielo, siempre diferente, siempre presente, con ese tronco que sigo sin poder rodear con mis brazos haga lo que haga.

Y solo entonces el hilo de la comprensión, quizá, se tensa, da un pequeño tirón para ayudar a iluminar, para descubrir que no importa cuántas palabras del pasado empiezan con “des”. Porque no dejan de ser la otra cara de una sola moneda; y me recuerdan que no puedo dar valor de absoluto al pasado. Que ya no me vale ni me justifica si he sabido o no hacerlo mejor, si alguien supo enseñarme hacerlo mejor. Y el tirón me recoloca, me devuelve al presente, único instante que existe, aquí y ahora.

Hoy la luz de la consciencia, o ese silencio atento o esa atención callada, iluminan no solo mi presente sino las huellas que mi pasado han dejado en mí. Pero son huellas, solo son huellas, y no puedo olvidarlo.

A veces dejo demasiado espacio a la nostalgia que intenta convencerme de echar de menos lo que no pudo ser o lo que me hubiera gustado ser, sin dejar espacio a lo que soy;  y me paraliza, me envuelve en un sentimiento de tristeza que no me deja mirar al frente y me impide respirar hondo; y no dejo de alimentarla con  mensajes negativos que me sé de memoria, y poco a poco anulo lo que va emergiendo, lo que soy a favor de lo que creo ser.

“Hoy he decidido… quererme a mí.”

Afecto, atención y silencio.

Hacer oídos sordos, de tantas palabras, y dejar hacer, fiarme… confiar.

Dejar que el silencio y la atención vayan enseñando a mi afecto a expresarse en palabras pronunciadas, no solo con la voz, sino con las manos, con caricias.

Dejar que el silencio y la atención conduzcan mis manos como si tirasen, con cada caricia, de un hilo invisible que abra y rescate de las zonas oscuras lo que sobrevive.

Dejar que el silencio y la atención despierten mis sentidos y devuelvan la sensibilidad a la punta de mis dedos….

Dejar que el silencio y la atención me ayuden cada día a elegir… quererme a mí.

Simone