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SALUDO (Simone)

El pasado mes de julio iniciaba José Arregui la semana del silencio, como cada día, con un saludo, reconociéndonos, acogiendo.

Saludar a las personas que están junto a mí. Son dignas de bendición, dignas de ser miradas más allá de todas las contradicciones que pueden tener.

Saludar a alguien es reconocer el ámbito de bondad que nos habita, que somos cada una.

Saludar el lugar, que nos facilita el encuentro, la experiencia, que nos acoge.

Saludar la naturaleza que nos rodea.

Saludar el cuenco, que nos acompaña cada día, que es sacramento, expresión… porque es vibración armoniosa de todo el cosmos, desde el infinito, desde lo eterno…

Saludar y acoger, cada día, reconocernos como seres llamados a abrir espacios habitables entre nosotros, reconocernos los unos a los otros como sacramento de esa presencia buena que da paz.

Y así empezó con las metáforas… y  señalando los árboles que se veían por las ventanas, preguntó “¿qué veis?”

Y con su tono delicado y su ritmo suave de hablar comentaba:

Cada árbol es una imagen del Cosmos: con sus ramas elevadas al infinito, su tronco como eje que sostiene, sustenta, protege; enraizado en el misterio, misterio que también alimenta.

Con su ritmo vital imparable. La semilla, la flor, el fruto; nacimiento y muerte constante, imágenes y pasos efímeros que prolongan y transforman la Vida.

¡Cómo cambia la mirada si nuestra mente piensa en el cosmos al ver un árbol!

Y esto me hizo recordar una meditación, que no sé donde leí, para hacer entre árboles.

De pie junto a uno.

Con la palma de mi mano izquierda apoyada suavemente en el tronco. Mi mano derecha con la palma hacia abajo conectando con la Madre Tierra, cerrando un círculo sagrado de vida.

El árbol frente a mí, con su tronco rozando suavemente la palma de mi mano y sus raíces bajo mis pies, que me sostienen erguida y conectándome a través de hilos invisibles.

Solo queda escuchar, guardar silencio… dejar que nuestras manos vean.

La primera vez que la hice tuve que luchar contra cierto sentimiento de ridículo, y sobre todo la hacía desde cierta curiosidad, buscando quizá paz o algún beneficio. Hoy sigo haciéndola, tengo la suerte de vivir en una ciudad con muchos árboles…  ya no tengo ninguna curiosidad… ya no busco nada en el encuentro… solo esa sensación de no ser separada de él, de sentirme conectada, de sentirme fundida… y otras veces porque me siento llamada… tocar y dejarse tocar, parar tu paso, colocarte a su lado y ocupar tu tiempo en un gesto diferente…

Pero, os puedo asegurar, que volver a pasear entre árboles ya nunca ha sido lo mismo… y cada vez  es diferente.

… Namasté.

Simone