Sat Chit Ananda. Casi suena a pase mágico.
Me topo con estas palabras en muchas ocasiones leyendo acerca de la no-dualidad o de la meditación.
Y hasta ahora mi mente occidental se negaba a retenerlas. Soy consciente de que mis prejuicios hacia lo oriental han sido un obstáculo para tomarlas en serio o para darles un contenido significativo.
Y digo hasta ahora porque la última vez que me topé con ellas fue en “Perfecta brillante quietud”, libro de David Carse (disponible en esta web), y han cambiado, o mejor, las ha llenado de sentido profundo. David Carse hace una especie de analogía entre estas palabras y nuestra imagen cristiana de Dios trino. Es curioso porque no solo me ha abierto los ojos para mirar distinto estas palabras, sino que miro distinto las palabras Padre, Hijo y Espíritu… Me está enseñando a mirar las cosas de forma diferente, abriéndome a la realidad más allá de mi limitada forma de percibir y de entender.
Habla de Sat como del principio, del origen, de la Fuente inmoble, El Ser mismo, la Conciencia en reposo… el darse cuenta… Ser… el Padre.
Además en Sat se produce una especie de agitación… un movimiento… un aliento… un reflejo… Esto es el logos, la Conciencia refleja que no es más que la propia Conciencia… no separada… no distinta… consciente de sí misma… es Chit, el Hijo (el aspecto inteligente o despierto).
Pero aún hay algo más… algo más inefable todavía… el Espíritu (espíritu que es amor-relación entre padre e hijo), Ananda. No es algo separado… ocurre en el movimiento… o aliento. Es puro amor, neutral, sin identificación, que se derrama, que se desborda…
Ese verterse de Ananda es la única energía que existe, es vida, Consciencia…
Conciencia es Chit. En reposo, en quietud es Sat. En movimiento, derramándose es Ananda… Perfecta Brillante Quietud.
¡Complicadas expresiones!
Pero a la vez hablan de una profundidad que, lejos de frenarme o asustarme, me abren. No importa qué palabras utilicemos: padre, hijo, espíritu, sat, chit, ananda… Hay una experiencia de fondo que unifica, que integra… a pesar de las creencias y las religiones, por encima de culturas y conceptos… al margen de las palabras en sí, por encima de los prejuicios… y esa experiencia no deja de ser una vivencia profunda de amor que desborda. Me desborda y me acalla.
Solo necesitamos pronunciarlas con respeto, dejar que resuenen en nuestro interior y en lo más cotidiano, y sobre todo dejarles espacio, para que las palabras se encarnen y transformen nuestros miedos, nuestros prejuicios, en posibilidades. Y entonces… todo cambia.
Simone