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SOLEDAD (Uxue)

Sigo teniendo miedo a la soledad.

Es como un monstruo que se apodera de mí y me lleva a una profundidad que nada tiene que ver con lo profundo.

Me siento conmovida por todos los solitarios, abandonados y desolados que no pueden apagar la luz cuando llega la noche, porque se nos cuela el frío de la soledad con su filo, hasta herir el alma.

La soledad quizás, como casi todo, es como una moneda con sus dos caras.

Las religiones, las culturas y las sociedades marcan cómo ha de ser una vida plena y  a su vez deciden qué es cara y qué es cruz, por tanto, lo que es bueno  y lo que  es malo.

Pero se equivocan.

Siempre he creído que la soledad tenía poco de bueno. Para mí ha sido lo más parecido al infierno, como una brisa suave que se colaba por cualquier rendija, se me pegaba hasta en los huesos y se me clavaba por dentro. Ha sido una sensación de abandono que llega a doler, ese vacío que necesitas llenar a toda costa, ese sentir hasta que se me llenan los ojos de lágrimas y todo se enturbia; parece como si la niebla me invadiese por dentro, me quedo en penumbra y no soy capaz ni de ver ni de mirar, más allá de las sombras. Y parece como si el mundo se acelerase a mi alrededor y me dejase al margen. Y en esos momentos parece que todo está en contra, que nada puede ir a peor.

¡Mi mente se pone en marcha! y se vuelve contra mí, se convierte en mi peor enemiga y me bombardea con pensamientos de no eres querida, no mereces la pena o mereces que te dejen sola.

Y ese círculo de soledad se vuelve cada vez más opresor, y se parece cada vez más a una cárcel a la que termino sometiéndome. Y me convierto a la vez en la peor de las carceleras. Y hay un momento en el que comienzas a odiarte. Yo comencé a odiarme. Y a odiarme mucho.

Siempre he creído que la soledad tenía poco de bueno.

Pero algo está cambiando.

Ahora que sé que las creencias son sólo moldes y sé que el silencio va rompiéndolas, sin pedir permiso y sin que yo pueda evitarlo, quizás empiezo a dejar de ver la cara y la cruz de la moneda como dos realidades opuestas, y empiezo a intuir que tan solo son dos caras diferentes en la forma.

Este verano, en un retiro de silencio, se me ha ofrecido y se me ha abierto la posibilidad de permitirme, de atreverme a poner palabras, mirando de frente las dos caras a la vez, sin ser opuestas, sin que una niegue la otra y en convivencia, como doble experiencia.

Así me atrevo a decir que veo en la soledad la posibilidad, la opción de dejarse hacer para poder soltar todo lo que me impide ser; soltar todo aquello que me ancla, que me frena.

Es una soledad que no pesa, que no duele, que respira al mismo ritmo que yo. Que parece una caricia, que invita a descansar en silencio y a bailar la música que solo yo escucho.

Una soledad que me recuerda la necesidad de soltar una vieja creencia: eso de que solo desde fuera se va a llenar ese vacío que tengo dentro, eso de que necesito un dios, una vida diferente, eso de que estás sola porque no tienes amigos, porque no tienes pareja.

Y no es así.

La verdad es que estoy sola porque soy sola. Porque soy una expresión individual. Porque en la existencia vamos solos.

Hoy la soledad para mí es una invitación, una llamada a tomar conciencia de que los vacíos no se llenan ni con dioses ni con creencias ni con personas ni apoyos externos.

Y, sobre todo, para mí hoy es promesa que me invita a mirar hacia dentro, a volver de nuevo a casa, a una casa acogedora que nunca debí abandonar, ni temer.

Uxue