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TRAS CULTIVAR EL SILENCIO EN AIN KARIM-HARO (Antonio Taishin Arana)

“… Solemos
subir de la ciudad hombres cansados
a beber cada noche esta frescura
y a sentir en silencio las estrellas.

Mas, de pronto, la sombra se convierte
en estremecimiento de blancura».

Antonio Gamoneda

 

Hemos estado cultivando el silencio. Antes de ir, una persona me comentaba que realmente estos encuentros eran un regalo. Al volver he entendido lo que me decía: estos cursos para mí, al menos, son un regalo.

La Casa de Espiritualidad Ain Karim nos preparó una hermosa sala, “El pozo de Sicar”, donde poder estar ahí en nuestras prácticas en el aquí de la postura y el ahora de la respiración y saciar nuestra sed.

Nuestra práctica en silencio estuvo guiada por el kanji “más allá” y por el hacernos cargo de nosotros mismos. La disponibilidad, la entrega, el ligero rigor, la suave precisión, la confianza, la energía-consciencia que emana del grupo, toman la dirección y hacen que el fuego común arda. Pero ¿de qué hablamos cuándo hablamos del silencio? ¿Del silencio de la palabra, del silencio de la mente bien que haya o no pensamientos, del silencio del corazón, del silencio del ego?

Podríamos decir que de lo que hablamos es del vivificante Silenciamiento, abierto e insondable. Ese espacio desconocido, inexplorado, incierto en que podemos liberarnos de lo conocido, de lo que creemos, de lo que sabemos, de la misma idea de comprensión…y no hacer nada…y descansar. Y es fuente de alegría y gozo. El maestro zen Wanshi escribió “El canto de la iluminación silenciosa” -que lo podéis encontrar en www.zennavarra.blogspot.com en la traducción hecha por el Dojozen Genjo- y comienza diciendo. “Si en el silencio toda palabra se olvida, Eso aparece con nitidez”. En el zen hablamos del Rostro Original.

Como comentamos en la información del encuentro, ha sido eminentemente práctico, con encuentros de palabra, dentro del ambiente del dojo, enfocados a resolver dudas sobre la forma de practicar la meditación, bien en sala o en la vida diaria.

Con un trabajo corporal a través del yoga, chikung, katsugen undo línea Noguchi-Itsuo Tsuda, paseos por la naturaleza que el entorno tan bien propicia. La vía está bajo nuestros pies, nosotros somos la vía. Camino abierto en el que damos oportunidad a que nuestro caminar encarne la Vía del pájaro, que no deja huellas. Para ello se necesita una profunda indagación sobre uno mismo, y a la vez olvido de uno mismo y abrazar esta paradoja como la paradoja de mantener una postura firme, elevada y a la vez distendida.

 

¿Y en esta indagación, si pudiéramos reconocer lo que nos ocurre con una cierta dosis de suavidad, de ternura, de humor, dando la oportunidad a nuestros viejos esquemas neuronales de cambiar, de disolverse sin tomarnos demasiado en serio? Estamos hablando de apertura, de espaciosidad y de que en este olvido quede el zafu vacío. El peso de una llama. Si podemos contactar con nuestra transparencia -muchas veces no nos percatamos de lo transparentes que somos- podremos sanar los cierres que nos hemos construido y que apresan nuestro corazón. Podemos ver cómo estos cierres están hechos de recuerdos fugaces. Pero ¿para qué dramatizar? ¿Quién está totalmente bien? No nos tomemos demasiado en serio. Todos vamos bien, aunque podamos mejorar un poco que decía Shunryu Suzuki, y el juego es la aceptación, con exquisito cuidado de no confundirla con la resignación, en que la jaula se abre sola.

Soltar, soltar, despojarnos de cuerpo y mente, despiojarnos como me sugería una participante, de esos piojos que perturban nuestra alma, con esa primera compasión cuando nos relacionamos con nuestras heridas. Compasión incondicional por nosotros mismos, que nos lleva a la compasión incondicional por los otros.

Y cuando recitábamos el Sutra del Corazón Cortador de Ilusiones. “Cuando la mente no permanece en nada, la verdadera mente aparece”, para subrayarlo, en sincronía, salta el mechero y el incienso asciende intensamente. Sentimos una pausa que nos habla. No nos movamos.

Una pausa, un espacio en nosotros mismos en que vernos. Un cambio de hábitos. Podemos tomarnos a nosotros mismos, decía Chogyam Trungpa, como un experimento ante la agresividad. En vez de escalar el conflicto, ante cualquier movimiento emocional, podemos optar por desacelerar, por no reaccionar, por hacer una pausa ante los venenos de la agresividad, avidez, ofuscación y vernos ahí sin reaccionar.

Recordamos los tres métodos que el Buda enseñó, cada uno más sutil y profundo que el otro, que tanto nos pueden ayudar en nuestra vida diaria:

Abstenernos de reaccionar, ¿qué hacer cuando los diez mil obstáculos aparecen? Maku kwanta, no los obstaculicéis, nos dirá también Dogen. De esta forma, en esta pausa detenernos y dejar un espacio consciente a lo que surja, aprovechando su sabiduría implícita.

Transformar estos venenos en amor y compasión. Cuando sentimos la atracción por el aferramiento, el fuego de la ira, la desconexión de la ignorancia, podemos apreciarlas como huéspedes a los que damos la bienvenida. Servirles el té, a medida que vamos conociéndolos, lo que nos permite comprenderlos, comprendernos y comprender las experiencias de los demás.

utilizar estas emociones como vía directa al despertar permitiendo que la emoción sea tal cual es. Acariciarla como acariciaríamos con una pluma una burbuja, y darle la oportunidad de que el hielo de este veneno se derrita y fluya como agua viva.

Luego Marisa nos hablaría de los tres tiempos en que pasamos nuestra vida, el tiempo de Cronos representado como un hombre maduro que devora todo hasta a sus propios hijos, tiempo secuencial del tic-tac inevitable que nos devora. Empujándonos a la acción cada vez con nuevos objetivos y que nos engaña para que no oigamos la voz de Aión. El reto es cómo crear ahí un espacio de silencio para escuchar a Aión.

El tiempo de Aión, niño y anciano al que no le hace falta devorar nada para ser eterno, dios de la presencia al instante que nos invita a la acción sin actor, con sentido en sí misma.

Y el tiempo de Kairos, el tiempo de la oportunidad, del momento imprevisto del aquí y del ahora, representado por un joven con un mechón de pelo delantero y el resto calvo, si no lo agarras en el momento en que aparece, pasa y solo te queda su calva y ya no lo puedes atrapar. Ni nos exige ni espera nada de nosotros, simplemente pasa.

Tras este intenso encuentro, nos deseó un espacio inmenso en que practicar y vivir lo cotidiano cultivando, saboreando el vino del silencio y un sendero de luciérnagas en los momentos sombríos de nuestras vidas.

Antonio Taishin Arana, 5 diciembre 2023