En cierta ocasión me contó un amigo jesuita que había recurrido a un guru hindú para
iniciarse en el arte de orar. El guru le dijo: Concéntrese en su respiración. Mi amigo lo intentó durante unos cinco minutos. Después le dijo el guru: El aire que usted respira es Dios. Usted está aspirando y expirando a Dios. Convénzase de ello y mantenga este convencimiento.
Mi amigo hizo algunos esfuerzos mentales para encajar teológicamente estas afirmaciones; después siguió las instrucciones durante horas, día tras día, y descubrió, para sorpresa suya, que orar puede ser tan sencillo como respirar. Además descubrió en este ejercicio una profundidad, una satisfacción y un alimento espiritual que jamás había encontrado anteriormente en las innumerables horas que había dedicado a la oración durante muchos años