Toda reflexión sobre los fenómenos axiológicos humanos termina enfrentándose a la gran cuestión de la vida y la muerte.
En las páginas que siguen se habla mucho de la muerte, pero no como la mayor calamidad que le puede ocurrir a un viviente. La muerte es la gran reveladora del misterio de la existencia humana y de toda existencia.
Pero para que la muerte se manifieste como la piadosa desveladora de ese misterio y como amiga de la maravilla de este esplendoroso mundo, hay que tomarla con toda su brutal dureza, sin ninguna mitigación. La muerte y la belleza de la dulce vida no son enemigas sino hermanas y aliadas; son las dos caras de lo real y así se manifiestan.
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