Es una de las preguntas que más hacemos a lo largo del día, normalmente acompañada de un saludo más o menos afectuoso. A veces es tan sólo una pregunta de cortesía que realmente no busca una contestación que sea más larga de un “bien”. Parece sencilla, tan sólo por las veces que la decimos sin preocuparnos realmente de si hay o no una respuesta. Sin ser realmente conscientes de qué estamos preguntando.
Realmente vamos tan deprisa, a veces, por la vida que ni nos damos cuenta de que las palabras tienen un calado diferente en los momentos de la gente.
Y con las respuestas pasa lo mismo; muchas veces tardas tan sólo dos segundos en responder, con un “bien”. Pero a veces alguien nos pone en un aprieto cuando nos dice “bien” o “te cuento”. Y nos coloca en una situación de cierto compromiso, y miramos al otro con cierto asombro y cierto susto. Y empiezan las excusas: “ahora tengo prisa”, “ya te llamaré” o “tan sólo tengo 5 minutos”. O te rindes a la evidencia y te tomas un café. Y en ese rato la persona necesitada de hablar aprovecha ese momento para soltar por su boca todas las quejas que tenía acumuladas. Pero es curioso que la mayoría de las veces nos quedamos en las quejas, sin bajar al dolor profundo que llevamos por dentro.
Sin embargo, el silencio y la consciencia me enseñan a mirar y a escuchar distinto.
¿Cómo estás?
Y sin darme cuenta me resitúa en el momento presente, y es como una sacudida que me devuelve al mundo de la gente despierta, o como si alguien tocara a mi puerta para que esté atenta… mucho más allá de la respuesta que puedo dar.
¿Cómo estás?
Pocas veces nos paramos de veras y tomamos conciencia de lo que la pregunta dice, más allá de las formas sociales que supone. Quizá porque las personas andamos demasiado enredadas en muchas cosas, porque vamos deprisa y sin darnos cuenta; quizá porque no somos conscientes de cómo estamos realmente y por eso, a veces, nos asusta y nos sorprende la pregunta.
Hace unos años hice un curso de inteligencia emocional y empezábamos cada día con esa pregunta: ¿Cómo estás? Las respuestas estaban limitadas y teníamos prohibido contestar con un “bien” o “mal” o “regular” o cualquiera de sus sinónimos. ¡No veáis lo complicado que se hacía empezar! Cada día empezaba una persona que elegía la profesora y luego iba a derecha o izquierda… cada día diferente. Y se complicaba más. Había que responder con dos palabras máximo, y no valía repetir… con lo cual había un desborde de imaginación total. Pero había un ejercicio paralelo, quizás un poco inconsciente, de relativizar la queja del día si había sido malo y otro ejercicio paralelo, igualmente inconsciente, de mirar el día de forma más plena…
Han pasado unos años de ese curso y quizá hoy descubro que era una mirada tímida a la vida desde su plenitud y no desde su carencia.
Ahora descubro que era un ejercicio bonito; muy bonito, porque realmente te parabas a ver cómo estabas. Quizá parabas la mirada demasiado en la superficie, pero aprendías a mirarte de otra manera. Y es un ejercicio que sigo haciendo. Porque ser consciente de los sentimientos o emociones que me habitan me ayudan a comprenderme y, sobre todo, me ayuda a comprender a las demás personas, a mirarlas de otra manera.
Uno de esos días de mucho calor me desperté con una sensación curiosa… como si supiera algo que antes no sabía. Fue como si fuera consciente de que, ante la pregunta dichosa de ¿Cómo estás?, no hay más respuesta que “todo está bien”. Expresión que a veces no me parece muy justa. Y fue como si eso de “todo está bien” cobrara un sentido hondo y profundo que hasta esa tarde no había sabido ver. Y lo vi tan clarico… ¿Cómo no me he dado cuenta?
¿Cómo estás?
En este momento, efímero y eterno a la vez, solo cabe “todo está bien”. Antes de que la mente se despeje y llene el espacio de quejas inútiles y banales. Antes de revolver los recuerdos para traer al presente un pasado que ya no existe. Antes de llenar las ideas de expectativas insatisfechas por imposibles o porque realmente no les doy oportunidad. Antes de que mi mente se sume y anule el presente, y me traslade de nuevo a estar a caballo entre dos tiempos que no dicen nada. Antes de que la queja se cuele y traiga de la mano la rabia y la frustración, por lo que no salió bien, por aquella mala contestación, porque nos pilló la lluvia sin paraguas, porque se nos quemó la comida, se nos murió el amigo… Y entonces todo se complica, todo se hace demasiado complicado. Y algo se atasca por dentro y es como si te ahogara un nudo… al que das poder.
¡Todo está bien!
Reconozco que me estresa esta respuesta, porque mi mente la ve como algo demasiado optimista o fuera de la realidad. Pero no es una respuesta ingenua, ni demasiado optimista, ni siquiera esconde verdades ocultas que una no se atreve a pronunciar.
¡Todo está bien!
Porque todo está en su sitio, porque todo ocupa un sitio y es lo que es. Y la mayoría de las veces no me doy cuenta, no soy consciente, porque ando enredada.
¡Todo está bien!
Porque no puede ser de otra manera.
Puedo tener muchos problemas, muchas quejas, muchas dificultades; pero estar, estoy bien, no puede ser de otra manera.
Porque responde al instante vital en el que todo tiene sentido y, por lo tanto, “todo está bien”.
¿Cómo estás?
Tengo que aprender a dejar que la pregunta dibuje más sonrisas en mi rostro, me llene de alegría y agradecimiento por estar y por ser… Y no dejar que mi mente tome el control.
Simone