Nos encontramos con una crisis de salud a nivel mundial que cuestiona la compartida sensación que tenemos, quienes hemos tenido la fortuna de nacer en “la civilización occidental”, de que a nivel colectivo esta parte del mundo es un sitio seguro.
Son conocidos virus letales como el ébola, dengue… que actúan agresivamente sobre una parte de la población mundial, a la que llamamos tercer mundo y que nos preocupan, a quienes habitamos zonas privilegiadas, en la medida que se puedan extender a nuestros territorios.
El Covid-19 está resultando ser un virus con una facilidad para la propagación que está empezando a acampar por todo el planeta. Como consecuencia de que los países ricos lo estén padeciendo y se encuentren seriamente amenazados, están surgiendo muchas iniciativas destinadas a la investigación que faciliten la neutralización de su destructivo impacto.
El mundo en el que vivimos está guiado desde una visión limitada a la economía, una que responde a los intereses de los grandes grupos de poder del capital cuyo principal objetivo es el máximo beneficio.
Lamentablemente esto tiene unas nefastas consecuencias para los países desfavorecidos del planeta, pues les hacen invisibles a esa inercia basada en el lucro de quienes detentan el poder económico. Salvo que posean en sus territorios riquezas que, en tal caso, intentarán ser esquilmadas por empresas multinacionales o mano de obra muy barata que les ayude a aumentar sus pretendidos beneficios.
¿Cómo van a pasar esta crisis todas esas personas que viven en partes del mundo que tienen unos precarios sistemas de salud o incluso no los tienen? Leía hace unos días que en Perú no se podían plantear respuestas de aislamiento colectivo porque el 70% de la población vive prácticamente al día con lo que gana en el trabajo y eso supondría que no tuvieran para alimentarse.
Estamos habitando un desalmado mundo en el que nos vivimos fragmentados, identificados con pertenencias a países, razas, religiones… que nos hacen experimentar lo diferente como a un competidor, a veces incluso como un enemigo y en caso de zonas subdesarrolladas tecnológicamente del planeta, ignoradas o abusadas.
Es bochornoso que hoy en día, a pesar del impresionante desarrollo tecnológico que hemos alcanzado, haya muchos seres humanos que no puedan satisfacer sus necesidades más elementales.
Recuerdo una lúcida anécdota de Gandhi, durante la colonización inglesa, cuando fue preguntado por un periodista:
– ¿Qué piensa sobre la Civilización Occidental?
Gandhi repitió en alto Civilización Occidental y se quedó como escuchando el eco de estas dos palabras y contestó:
– Eso sería una gran idea
Esta situación de crisis global puede ser un buen momento para que nos replanteemos cuáles tienen que ser nuestras relaciones con el resto del mundo, con lo diferente.
Ya hace años la Revolución Francesa, durante el siglo XVIII que abolió el sistema feudal, asumió como lema además de la libertad e igualdad, la fraternidad. Este curioso término de hermandad le pretendía proporcionar una dimensión relacional de gran cercanía, que le equiparase a un vínculo familiar.
En este mundo globalizado que vivimos estaría bien que ampliáramos nuestra limitada pertenencia a identidades nacionales, raciales, religiosas… a ser parte de la Gran Familia Humana, sin renunciar a la diversidad, contemplando lo diferente como un aspecto que nos enriquece, a la vez que tenemos en cuenta las necesidades de las personas más vulnerables del planeta.
Nos encontramos al comienzo de una crisis mundial en la que, además de padecerla, nos sirva como oportunidad para hacer cambios significativos, donde tenemos que procurar que los destinos del mundo no estén en manos de los intereses de unos pocos, guiados por la codicia y que la mayoría podamos convertirnos en protagonistas de la gestión de este planeta que habitamos. Que el desarrollo no se mida en términos materiales, sino que se priorice garantizar una vida digna a todo ser humano al margen de su procedencia, raza, religión, edad, género… siendo a la vez respetuosos con las necesidades de nuestro ecosistema, para garantizar una vida armónica en el planeta. En la que el progreso sea la expresión de una nueva forma solidaria de relacionarnos entre la Familia Humana.
Aitor Barrenetxea