Confesaré que las normas de la pandemia me han colocado, por muy poco margen, en el grupo de los mayores, población de riesgo, a cuidar especialmente. Bueno, son las normas tan abundantes y necesarias en estos momentos.
Así que mi vida está siendo relativamente larga y me ha dado de sí, o de mí, para entender cosas simples.
Y esto de la “gracia” es simple, cierto, pero a la vez ha causado muchas batallas en el seno del cristianismo y ha estado y está presente en la Sabiduría universal y perenne.
Y por eso digo que quizá sea un concepto demodé, pasado de moda, que ya no sea inteligible para la juventud y suene a polvo de sacristía. Y no me extraña. Le han dado tantas vueltas… Que si la justificación era cuestión de la gracia o de las obras… Que si lo importante era vivir en gracia, lejos del pecado, definido y parcelado por los mismos de siempre…
Pero dejadme, jóvenes y colegas mayores, un par de notas sobre el tema.
Hay un grupo de palabras que tienen la misma raíz latina: gracia, gracias, gracioso, gratis, gratuito, gratuidad, etc.
Tienen en común, al menos, dos aspectos: se trata de algo agradable y que se recibe no por el esfuerzo propio o un precio, sino de balde.
Dando vueltas a todo ello, he dejado de pensar la gracia como un don que alguien nos da en función de nuestro comportamiento o de ciertos actos o fórmulas que, digámoslo así, la retienen. No. La gracia es algo agradable que recibimos sin costo ni merecimientos.
Lo que es gratuito es gracia y lo que es gracia es gratuito.
Y más que todo, sobre todo, la vida es gracia. Es la gracia. Agradable y gratuita.
Esta vida, misteriosa y maravillosamente abierta a anhelos, sensaciones, intuiciones, que supera nuestra identidad egoica y que nos abre a la autotranscendencia.
Y todo ello no se aprende estudiando, ni siquiera leyendo. Eso se intuye, se comprende en un proceso, a veces impactante, a veces alargado en el tiempo, a veces con mucha paz, a veces haciéndonos violencia. Despertando.
Viviendo la gracia, el regalo, atisbamos el sentido, tan buscado y urgente.
Ésta es la vida de la que somos receptores: algo agradable, gratuito, gracioso. Es lo que es y somos felices cuando sabemos aceptarla y, con ella, el don más profundo de nuestra identidad profunda.
En ocasiones encontramos momentos privilegiados del despertar. Pueden ser el contacto con novedades tecnológicas o conocimientos cuánticos de última hora, cierto, pero a veces son renaceres.
Estos pensamientos me rondaban en una vivencia que tuve el otro día: entre los cientos o miles de mensajes que nos llegan por redes de todo tipo, recibí un whatsapp con un vídeo en el que una joven italiana confinada se asoma al balcón y, acordeón en mano, se arranca con el Avanti Populo, himno del partido comunista italiano, de larga historia en la Italia de postguerra. La fuerza y la convicción de la protagonista son innegables.
Pero hay una cosa que me impactó como un chispazo. Poca gente jalea o aplaude el canto, pero, al poco de comenzar, vemos asomar por la acera de enfrente a una mujer joven con un niño de la mano. La mujer acompaña con palmas la canción y enseguida anima al niño a hacer lo mismo.
Veréis, el chispazo se me produjo por la gratuidad del momento. Hoy que los partidos comunistas están lejos de su vigor y forman parte de otras estructuras o coaliciones, el mismo comunismo, al menos el más dogmático, se ha reducido en gran manera y además la política, los ideales, algunos políticos están a la baja.
No buscaban los protagonistas del vídeo un rendimiento de su acto. Era gratuito y agradable. Por eso lo percibí como expresión de la vida.
Pensaba en aquellos principios tanto tiempo soñados: el bien común por encima del bien individual, todos aportan según sus facultades y reciben según sus necesidades, superando las clases y las diferencias sociales, venciendo la pobreza y la marginación, etc…
Todo tan alejado del capitalismo neoliberal que estamos padeciendo.
Y me sonaba tan bien, en estos momentos: sólo el esfuerzo colectivo nos puede llevar a la normalidad, aunque sea “nueva”. Normalidad que ha de ser para todo el mundo. No dejando atrás a un montón de gente. No siendo oportunidad de enriquecimiento de los de siempre.
No quiero que penséis que hago propaganda partidista, ni tampoco que me alejo mucho de la línea de espiritualidad laica de la web que me acoge.
Pero yo acabo como acaba la canción: que la “nueva” normalidad sea nueva por mejor, no por descafeinada.
Para la vida, la de todos los seres, ¡que viva el comunismo y la libertad!
Os dejo con la desconocida intérprete:
Jon Ander