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LO QUE ES Y LO QUE DECIMOS QUE ES (Sonia Goyeneche)


Es curioso cómo vemos las cosas y cómo nos acomodamos a lo que otros vieron y decidieron que fuese. Como ejemplo de esto se me presenta, sin buscarlo, la imagen de los diamantes, pero no solo como joyas, sino en su forma auténtica, desde cuando son esculpidos casi como obras de arte.

La tierra, la vida, nos da los minerales. Nosotras los nombramos y les damos una identidad e incluso un sentido de existencia según sea su utilidad para con nosotros. Nos olvidamos de que son seres que vibran, que tienen su propio sonido, cargados de energía que irradian incondicionalmente, sin pedir nada a cambio.

El diamante es valioso una vez que le quitamos todo aquello que nos atrevemos a señalar como impurezas. La belleza está dentro y se esconde a la vida, o eso dicen algunos.

Solo un trabajo humano minucioso da sentido, vuelve razonable su existencia porque es útil para nosotros o no. Le damos, por su utilidad, un valor. El diamante es valioso por su forma sin defectos, sus quilates… Lo colocan entre las piedras preciosas caras y nos colocan a nosotros, por su posesión, en un estatus más elevado, como si eso fuera grado de felicidad o bienestar.

Quiero con todo esto ir un poco más allá de lo evidente, además de que la idea en sí sea más o menos absurda: nos supone una forma de mirar a lo que nos rodea, desde una mirada de lo más egocéntrica.

Pero yendo más allá del diamante en sí, de alguna forma nos habla de nosotras y de nosotros mismos, me habla de mí y a mí. Y quiero escuchar.

Nosotras nacemos. Y a la par, a la vez que nacemos, nace en cada una de nosotras una sabiduría única e irrepetible; una sabiduría que se posa, se pega en nosotras, en nuestras entrañas. Un saber que morirá con nosotras y en nosotras.

Ella, la sabiduría, tiene una misión. Y esa misión es la de incorporarse, integrarse, fundirse sin confundirse en nosotras. Sabiduría que tiene las respuestas a cuantas preguntas vitales podemos hacernos (¡Ja! Y nosotras nos pasamos la vida buscando las respuestas fuera); una sabiduría profunda con un fuerte instinto de supervivencia. Y menos mal que tiene este instinto, con mucha paciencia, con la capacidad de dormirse en el cesto de “lo no dicho” o de los olvidos más o menos intencionados. Una sabiduría viva, vibrante, que siempre espera, siempre espera y nunca desespera, que sabe aprovechar cualquier resquicio, cualquier despiste para llegar atravesando la materia que sea, los nudos, las miserias que sean necesarias, atravesar y transitar, para llegar a ese lugar del que fue desplazada poco a poco a lo largo de toda nuestra historia.

La necesidad de encajar, de ser una más, de corregir nuestras carencias, nuestro carácter, de domar nuestros impulsos, de apagar nuestros deseos y nuestros anhelos… Todo esto va limando y puliendo, limando y puliendo… a veces por nuestro bien, porque otros siempre saben lo que a una conviene.

Todo eso va pulverizando la sabiduría, por dentro y por fuera. Esa sabiduría que somos va quedando olvidada por los rincones de la espaciosidad que llevamos dentro, porque somos universo, océano, desierto… amplitud total.

Solo la consciencia, con atención, en silencio, con sensibilidad, puede hacernos reaccionar y tomar conciencia de cómo andamos, de cuánto queda de ella y de por dónde hemos de empezar a buscar los pedazos, los trozos grandes y diminutos perdidos entre los pliegues de nuestra existencia. Es necesario pasear por el pasado, no para recrearnos ni para evocar o revivir, sino con la misión de recuperar cada parte perdida, cada pedazo olvidado, cada viruta pulida que saltó en pedazos… A saber dónde cayeron esparcidas…

Somos. Siempre lo hemos sido, aunque hoy parte de mi ser está dispersada por diferentes épocas de mi historia, atascada en los nudos y las cicatrices de dolores reconocidos u olvidados, dejados en los rincones, olvidados entre las cosas que no se dicen o que una tiene que renunciar para encajar en este grupo, en aquel otro grupo o a partir de aquella situación, que marcó nuestra familia. Un ser esparcido entre los olvidos intencionados y aquellas otras necesidades para sobrevivir.

Pero cuando una se pone con solo la intención de buscarla, una descubre una existencia, una fuerza de atracción fuerte, y ya no puede mirar a otro lado.

Cuando una, cuando yo empiezo a usar la sensibilidad, la delicadeza, la permisividad para sentir más allá, a lo grande en cada detalle, con todo lo que es y no solo con lo que digo que es, sino con lo que afirmo, con lo que niego, con lo que pasa desapercibido, con lo que una no se da cuenta, y también con aquello que ni siquiera considero mío; todo eso, y mucho más,  es aquella sabiduría que entró en nuestra vida en el mismo instante en que fuimos concebidos, se pegó a cada una de nuestras células y espera pacientemente que despertemos, que aprendamos a desvelar todo lo que se encuentra escondido en apariencia y enterrado en apariencia… Que lo que es, es. Que a lo que decimos que es, le falta mucho para ser.

Solo queda esperar, paciencia, respirar hondo… porque la aventura es larga y no siempre es lo que una desea que sea, sino simplemente es.

Sonia Goyeneche

 

Espiritualidad Pamplona-Iruña
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