El voluntariado, a menudo, nos permite acceder a vivir experiencias muy intensas y enriquecedoras con las que seguir creciendo y atisbando nuevos caminos para ser más y mejores personas.
Este es el caso de mi participación este año en la Transpirenaica Social y Solidaria. Se trata de un proyecto que pretende promover la inclusión social de todas las personas, especialmente aquellas que por diversas razones han encontrado dificultades en sus vidas o se encuentran en riesgo de exclusión, como es el caso de muchos migrantes que llegan a nuestras tierras, especialmente jóvenes. Es un proyecto donde se viven intensamente valores como igualdad, solidaridad, sostenibilidad, gratitud, compromiso…
Del 13 al 22 de junio he recibido el regalo de participar de esta experiencia. Han sido 10 días emocionalmente muy intensos cruzando los Pirineos desde Hondarribia hasta el refugio de Linza, en el límite con Aragón, en los que he podido convivir con casi 50 jóvenes de 12 nacionalidades diferentes, caminando por las montañas, sufriendo con el calor, las ampollas, la dureza de las cuestas y los descensos… y especialmente disfrutando mucho, mucho de caminar juntos, de convivir, de conocernos.
La magia de la TSS está en el caminar juntos, haciendo de la diversidad una riqueza. Los testimonios, las experiencias, las vivencias compartidas son trocitos de almas hermanas que se te van pegando al corazón y poco a poco van formando parte de ti mismo. De este modo Rachid, Ezza, Khalil, Yousef, Amina, Kevin… dejan de ser un marroquí, un argelino o una venezolana… para ser esa persona como yo, que busca una vida digna para sí misma y para los demás.
Citaba un poco más arriba los valores y es que no se trata de discursos bonitos sino de vivencias cotidianas, gestos claros, de solidaridad y apoyo, de empatía, de agradecimiento. Es precioso ver caminando a un joven con dos mochilas para ayudar al que está pasando un mal rato en la subida… o el modo en el que se comparte la última cantimplora con agua… las palabras de ánimo cuando el calor parece que nos va a aplastar… todos y todas caminando juntos, en bloque, al paso del más débil.
Hubo un gesto muy bonito en la cima del Adi. Vamos llegando poco a poco, todos exhaustos por la dureza de la ascensión. Diez metros antes de la cima esperamos a estar todos y todas, nos reagrupamos y coronamos unidos por las manos, con un grito de felicidad y una experiencia intensa de equipo, nadie ha sido el primero, ni nadie ha sido el último… porque todos somos una sola persona unida en el esfuerzo de llegar. ¡Hay que vivirlo!
El proyecto tiene este año un tema de fondo, “mi conflicto, mi oportunidad”. Aunque el tema lleva un desarrollo muy preparado por el equipo educador del que formo parte, no es eso de lo que quisiera hablar aquí, sino de la experiencia vivida. Es verdad que la convivencia es preciosa y en nuestro grupo de transpirenaicos las cosas fluyen y las emociones unen mucho, pero también han surgido los conflictos y casi me atrevo a decir que me alegro.
Cuando el cansancio nos hace más vulnerables es cuando han surgido los primeros problemas. Una orden, una palabra demasiado alta, un juicio inoportuno… provoca la reacción airada de quien se siente herido… Ese gesto que despierta tantas experiencias vividas de ataques, menosprecios, racismos… Se puede comprender en frío, pero las cosas se viven en caliente pues somos seres humanos cada uno con nuestras mochilas. Y cuando algo se ha roto, se ha roto la magia, no sólo de los implicados, sino de todo el grupo… y empiezan a pasar cosas, en algunas tomo parte y en otras ni me entero… pero van pasando cosas que quieren ayudar a recuperar la magia y a hacer del conflicto la oportunidad.
He vivido dos de estas experiencias con mucha empatía, muy desde dentro y me sonrío ahora reviviendo el momento del abrazo con que culminan. Ojo, no nos engañemos, no en el momento sino horas o incluso días después. Compruebo además que las heridas dejan huellas, aun cuando se han resuelto, el abrazo es un paso más, pero no el último. El abrazo parece gritar “queremos la paz y el reencuentro, pero necesito tiempo, necesito aprender”, ¡ayúdame, perdóname si hace falta, aunque no puedo prometerte cambiar tan rápido! No es fácil narrar estas experiencias, pero espero que ayude el hecho de que todos pasamos por ellas.
Al final del día es el momento más intenso; después de cenar, hacemos el “cierre” y es entonces cuando las vivencias se transforman torpemente en palabras, vivencias del día en la travesía, pero también vivencias de historias pasadas a la luz de los temas que vamos desgranando, convivir, conflicto, violencia, paz…
Aquí quisiera compartir un día muy especial, el día mundial de los refugiados, el 20 de junio. En nuestra travesía ha sido una oportunidad para acoger los testimonios de varias de las personas con las que hemos caminado en sus procesos migratorios. Un testimonio cuando se hace desde el corazón, entre lágrimas, cuando no se narran los hechos sino de emociones vividas… puedo asegurar que llega directamente al corazón de los que escuchamos y nada puede seguir siendo igual después. Me siento profundamente privilegiado por estar allí, tal vez por contribuir a crear ese espacio seguro donde hombres y mujeres podemos verter un trocito de nuestra vida sin miedo a ser juzgados. También me siento profundamente agradecido a estos jóvenes que con sus vidas son un ejemplo de fortaleza, de lucha por seguir adelante, de solidaridad.
Podría seguir evocando momentos hermosos vividos estos días, espero que estos hayan servido torpemente para trasladar una vivencia que como todo lo que es intenso, profundo, espiritual no puede agotarse en las palabras. Un abrazo
Alberto Lafarga
23 de junio de 2025