Por muy terrible que nos parezca lo que nos esté ocurriendo en un momento concreto, por mucho valor que le demos, por mucho que nos resistamos o que nos haga llorar o que consiga conectar con nuestra capacidad de sufrir o por muchas dudas que nuestra mente pronuncie a gritos o en susurros, por más que nos dificulte dormir o cree pesadillas en esas noches oscuras y largas… llega otro momento en el que, con la misma fuerza, simplemente lo olvidamos.
Muchas veces mi mente, por mi propia seguridad, por intentar mantenernos a salvo en la supervivencia, corre un tupido (o estúpido) velo y nos olvidamos de cuanto acontecimiento, suceso o instante que duele, o de aquello que nos indignó tanto o de aquel instante en el que nos sentimos tan traicionadas.
El mundo avanza y lo que antes fue, no solo tan importante sino casi imprescindible, se puede desvanecer. Algunos recuerdos son robados por el tiempo y, como si fueran fotos, se tornan ajadas y amarillentas perdiéndose el contenido de lo que había impreso; se distorsiona, se emborrona y queda borroso, difuso.
Otros recuerdos se escapan por las grietas de la mente, grietas que abundan, aunque una no sea consciente de su existencia. Y algunas veces dejan señales de que estuvieron ahí, de que algo falta en la historia narrada de tu pasado, hilos deshilachados, ilusiones banas, borrones difusos…. Avisos de que algo falta, de que algo hubo.
Deseamos tanto ser felices que cuando el olvido, que no es más que una parte o un mecanismo de la memoria, difumina algo, lo deja conectado al vacío… Y los vacíos a mí siempre me han dado miedo. Y para evitar sentir ese vacío, simplemente mi mente llena ese espacio de conjeturas.
Si hago un esfuerzo por recordar, todo se vuelve más difuso y aparecen casi de la mano la tristeza por la sensación de lo perdido y la rabia por la sensación de no controlar, de no ser capaz de alcanzar aquello que siempre he creído que me pertenecía
Y podemos entonces quedarnos ahí, atrapadas, enredadas entre la rabia y la tristeza; en un lugar donde la apatía campa y acampa a su antojo, un lugar un tanto lúgubre que te permite vivir hacia afuera con casi total normalidad y hacia adentro una siempre se vive sabiéndose insuficiente, conectando con ese tipo de vacío que parece devorar desde lo más profundo. Yo he estado mucho tiempo ahí. Y sé que una puede acostumbrarse a casi todo, porque yo lo he hecho.
Pero también podemos decidir sanar el pasado, enfrentarnos no solo a ese vacío que tanto nos paraliza, sino también desmontar tanta conjetura, tanto recuerdo falso y distorsionado que hemos creado; podemos decidir discernir y diferenciar qué es cierto y qué es deseado, qué no tan falso.
Una puede decidir vestirse por dentro el traje de la confianza, afianzar los pies a la tierra y nutrirse de ella y de su energía estabilizadora, y en silencio, sin dejar de respirar profunda y suavemente, ir llevando la mirada desde el presente al pasado para traer aquello que fue, sin adornos, lo que fue y no aquello que nos hubiera gustado que fuera. Y no para revivir ningún horror sino para construir nuestra historia, la que verdaderamente nos pertenece, me sostenga o no, pero con la que puedo hacer las paces.
Pero la mente es caprichosa.
Y la memoria tiene sus cosas… Y el olvido, dichoso olvido, nos ayuda a sobrevivir. Y una, a veces, solo necesita sobrevivir.
Y solo así, consciente de cuáles son las herramientas reales con las que una cuenta, puedes ir narrándote tu vida, en presente, único momento que existe, sin vacíos, sin lagunas. Integrando luces y sombras. Y devolviendo a la memoria lo que fue, liberándola de lo que ya no es útil porque no sostiene y enraizándote con aquello que te vincula con quién eres, con nuestra identidad profunda.
Y en eso sigo enredada, aprendiendo a dejar a la memoria con sus cosas y aprendiendo a sentirme sostenida por lo que hay, por lo que es… me guste, me encante o lo aborrezca.
Lo que me sostiene no tiene por qué gustarme. Y esto cuesta comprenderlo. O por lo menos a mí me cuesta. Pero para eso está la aceptación, de la mano de la confianza y el silencio… simplemente esperando que todo siga, que permanezca.
Sonia Goyeneche