A veces hay canciones que, aunque sean de letra simple y corta, ahondan en una y se transforman en mensajes que a una le cambian el ánimo. Está es una de esas.
“Yo soy la luz de mi alma, soy hermosa, abundante, soy dichosa, yo soy yo soy.
Yo soy la luz de mi alma, soy hermosa, abundante, soy dichosa, yo soy yo soy.
Soy mujer sagrada, la que te honra y bendice, la mujer que yo soy”.
Escucharla después de un mal día, de un día frío, a mí me llena de una sensación de calidez, como si calentara por dentro un poco.
Escucharla por la mañana me pone en marcha, me predispone a dejar espacio entre las orejas y los hombros, como si una pudiera crecer y dejar de ir encorvada por la vida.
Escucharla por la noche me recuerda y me hace darme cuenta de cuántas veces he sido amable conmigo, he tenido una mirada autocompasiva hacia mí… Cuántas veces me he tratado como merezco.
La letra es sencilla, y aún y todo busco traducir o hacer mías sus palabras para que, al resonar por dentro, digan con mayor claridad lo que ya dicen.
“Yo soy la luz de mi alma”… Cuánto necesito repetir esta verdad. Soy luz, aunque me vea como sombra y me sienta a oscuras. Soy luz que ilumina, que guía, que acompaña. No necesito luces ajenas que digan que ven cosas en mí sin pedir permiso y sin tenerme en cuenta. No necesito luces ajenas que se crean verdades únicas… Mi luz, mi verdad. Tu luz, tu verdad.
“Soy hermosa, abundante, soy dichosa”… Afirmaciones que me cuesta mucho pronunciarlas dirigidas a mí. Descubro cómo se despierta en mí la vergüenza, la culpa, los reproches antiguos. Decir y no creer a veces me horroriza; otras veces me hace soltar risitas tímidas… Cuesta pronunciar cada palabra como una verdad en la que me puedo ver reflejada.
“Hermosa”… Más allá de cómo una identifica su cuerpo, de qué etiquetas pongas, más allá de estereotipos culturales y sociales, eres hermosa porque eres mujer.
“Abundante”… Nada te falta, eres y estás completa.
“Dichosa”… Porque incluso lo peor de tu vida te ha traído hasta aquí a saborear el silencio y la quietud, esa hondura y profundidad donde una simplemente es.
Y es verdad. Y sólo como verdad se puede escuchar. Y sólo como verdad cala más dentro y refresca y anima y revitaliza y hace sonreír a una, aunque esté de luto.
Palabras que invitan al reconocimiento de lo que es: ni de los sueños ni de pesadillas, tan solo y simplemente lo que una es.
Escuchar una vez no basta. Hay que repetirlo. Hasta que una sienta las palabras como rocío que penetra a las entrañas y alimenta el alma, y deja muda la mente y al ego envidioso.
“Yo soy, yo soy”… Por si no te lo crees, dos veces. Para darle fuerza, consistencia. Y darle el valor que tienen las palabras.
“Soy mujer sagrada”... Tiene que ver con ser digna, que manifiesta una trascendencia, quizá más allá de nuestro ego. Remite a algo último y secreto del ser íntimo de cada cual. Soy mujer y soy sagrada, la energía vital de la mujer y la divina corren por mis canales. Y es como la sangre que alimenta, acaricia y sana.
“La que te honra y te bendice”… Honrar es respetar y bendecir es decir bien. Soy la que honra, la que respeta, la que dice bien. El “te” al principio me confundía. Hoy hay una larga lista: para empezar por mí y terminar en mí, no porque todo gire en mí, sino porque cerrando el círculo soy capaz de ir más allá, de abrirme y salir, armada con verdad, con respeto, con dignidad.
Honrar, bendecir, cuidar, escuchar, compartir, ayudar, ser y estar, acompañar. El “te» aquí se transforma en quien esté a tu lado, el chófer de la villavesa, el que se cuela en la fila, el preso, el matón, el abusón, el compañero de trabajo, el desconocido que pasa a tu lado…
Soy, soy… sin ningún yo. Que nadie pueda colgarse una medalla de nada, reconociendo mi ser con palabras que no adulan, sino que hablan e iluminan.
¡Ojalá fuera mi credo! El mío, el de tantas, el de tantos. Quizás así las creencias limitantes se harían obsoletas y cada cual descubriría ese tesoro que lleva entre los brazos sin saberlo… una misma.
Sonia Goyeneche