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CAER PARA ADENTRO (Simone)

La vida está plagada de surcos, por todas partes.

Detrás de una están los que ya se formaron mientras buscabas, mientras te movías, incluso mientras te parabas; grandes surcos se han formado en los tiempos de parón, en las grandes carreras, y en tiempos de crisis resaltan por su hondura.

Delante de una están aquéllos que dejaron los que nos precedieron, los que estuvieron y fueron, pero ya no están; y sobre todo hay unos pegados a tus pies, marcando caminos inseguros… Todos ellos, de una u otra forma, están conectados a mí, por hilos invisibles o cadenas pesadas.

Surcos grandes, pequeños, profundos y muy leves, casi como si alguien hubiese pasado de puntillas por ellos, dibujados con pluma en apariencia…

Surcos en los que una no para de tropezar, torpemente o por despiste, o sin querer, una y otra vez, sin poder evitarlo, sin saber cómo hacerlo. Siempre bajo la atenta mirada de quien se entretiene viendo caer.

Sólo caer. Con las manos y las rodillas siempre rozadas, con heridas visibles e invisibles, estando cansada y aburrida, y enfadada, y triste… Una quizás llega a preguntarse si es posible aprender a caer hacia dentro…

¿Caer para dentro?

Surge como un susurro, como una invitación. Caer en ese único lugar que acoge y abraza sin juzgar, que es punto de encuentro e intersección a la vez, donde no hay miradas, ni risas burlonas, donde una reposa y descansa y la herida parece menos herida, donde una puede gritar y llorar, patalear… y nadie la mira como a una loca.

Caer para dentro….

Porque no hay quien nos libre del tropezón.

Para dentro….

Es una invitación a buscar otros lugares, otros instantes.

Caer para adentro.

Como un susurro en uno de esos días que una define como “malos” porque la vida no deja de transformarse en obstáculo, y una no deja de tropezar y caer, en lugares abiertos a las chanzas y las bromas y las miradas de quienes disfrutan viendo caer.

Caer para adentro.

Quizás pararse y respirar profundo, y dejar que el aire acaricie nuestra vida, cada una de nuestras células, en todo ese recorrido que el aire que entra, antes de salir, toca cada parte de nuestro cuerpo… Y sentir la calma en el latido del corazón, sentir la quietud del silencio y sentir… solo sentir, como si respirar nos llena y nos vacía casi sin darnos cuenta, a pesar del miedo al vacío, a cada instante presente en nosotras… si estamos atentas.

Respirar y disfrutar, sonreír, sonreír porque nos predispone y nos ayuda a relajar nuestro rostro. Respirar profundo

Caer para adentro.

Quizás dejarse mecer por el silencio y esa palabra que se hace profundidad cuando las entrañas la pronuncian bajito, como en un susurro, y nadie más puede oír; dejarse acunar, dejarse acariciar por la sonrisa de la quietud que se siente plena en el reencuentro con una misma, presente y ausente a la vez.

Caer para adentro.

Quizás lejos de miradas, donde una puede respirar, donde no duele levantar la mirada, donde la paz se agita con el ritmo de la respiración y la calma regresa de la mano de una atenta espera, de un suspiro hondo que libera la tensión para no molestar, para volverse una invisible.

Caer para dentro.

Quizás porque soy cuenco que me espera, recoge y abraza cuanto soy en pura apariencia, en puro teatro, y en lo más hondo, lo más auténtico, en mis sueños y en mis pesadillas. Donde todo cabe, nada sobra ni es inadecuado porque todo es, porque en todo soy, porque en cada cachito soy, aunque corro el riesgo de perderme un poco, un poco más por cada fisura.

Caer para dentro.

Quizá solo para respirar y descansar, porque adentro el tiempo tiene otro ritmo, porque la música se hace en cada paso, porque nada de lo escrito es definitivo, porque la escucha es placentera y se pega a una sin permiso.

Caer para dentro.

Quizá solo para recobrar el equilibrio, para aprender a poner los pies en la tierra que es siempre sagrada, para recobrar la altura de quien mira de frente y a quien el pasado ni pesa ni hunde, para aprender a volar con los ojos abiertos o cerrados, planear lejos de los turbios problemas y tomar distancias, que no libra pero libera, y recuperar el respeto por una misma.

Caer para adentro.

Quizá solo en esa intuición donde una puede descubrir que su dignidad nunca se puso en juego, nunca estuvo en peligro porque, parezca lo que parezca, permanece anclada a quien soy.

Simone