Cuando en la persona se derrumba el edificio de una fe que ha sido refugio durante mucho tiempo, en mi caso la fe religiosa, se produce una sensación de orfandad, de perplejidad y desasosiego.
Un amigo hizo suyo un lema: “no volveré a creer en nada que no vea o compruebe por mí mismo” y otra amiga insiste siempre en el peligro de cambiar una fe por otra. Dejar de ser cristianas para hacernos advaitas, budistas o seguidores de tal creencia, “verdad” o maestro.
Concurren en este cambio muchas causas y circunstancias, pero hoy quiero centrar la atención en el tema del conocimiento (epistemología), algo puesto en crisis por todos los cambios paradigmáticos de los distintos ámbitos de la realidad.
En una “tormenta de ideas” de aquellos años, surgían afirmaciones de este tipo:
Del realismo ingenuo al realismo crítico.
La realidad oculta más de lo que manifiesta.
Conocemos con la cabeza, con el corazón.
Hay una inteligencia emocional y paralelamente un conocimiento emocional.
Desde hace muchos siglos la filosofía se ocupa de este tema. Acordaos de Platón y su cueva, de los idealismos, etc.
Cosas de este tipo.
Y es que en el fondo de este cambio, de esta encrucijada, hay que hablar, hablamos del “conocimiento”.
¿Cómo conozco?
– Por el cuerpo, con los sentidos y sensaciones corporales, conocimiento del entorno, mediatizado y limitado por las capacidades de todos ellos. Realismo ingenuo sin duda.
– Por la ciencia. La mente, la razón, el estudio, la lectura… El conocimiento más importante en este ámbito es el científico, que ha propiciado y hecho posible el planteamiento de la encrucijada y sus posibles salidas. Es el realismo crítico. La ciencia está haciendo una gran aportación al conocimiento y conciencia que tenemos de nosotros mismos. Otro amigo escribe:
Aparece una revolución epistemológica (del conocimiento) que afecta a todo el conocimiento de la realidad.
Los datos que surgen de la divulgación de las aportaciones de las investigaciones científicas, cosmológicas, astronómicas, permitiendo un inédito acercamiento a la realidad hacen conveniente tomar conciencia, conocer, recordar e interiorizar.
Hace cuatro días pensábamos que dios-theos estaba “ahí afuera y ahí arriba” vigilante, realizando intervenciones salvadoras y milagros, mandando castigos divinos para un ser humano pecador, y hemos descubierto que no hay “ahí afuera ni arriba”, que si bien estamos inmersos en el Misterio de la Realidad, el theos que interviene creado por las religiones no existe, que somos seres imperfectos en evolución, los cataclismos son producidos por causas naturales, y las enfermedades por una vida microbiana que no habíamos visto…
Esta nueva conciencia se ha ido adquiriendo prácticamente en los últimos 50 años, y en profundidad en los últimos 15 años, sobre todo en la segunda década de este nuevo siglo.
– Por la cultura, la belleza o la imaginación que elabora y me presente cosas imposibles.
– Por la intuición, sexto sentido, elaboración también del cerebro a partir de conocimientos y sensaciones acumuladas, que me hacen atisbar qué puede venir y qué me falta de conocer.
– Por el Silencio, aquel otro lugar que es capaz de ver la mente y el ego como realidades objetivas y objetivadas. En este lugar que podemos llamar no-lugar queda relativizada la mente y el ego sostenido por ella. De este Silencio ha hablado siempre la philosophia perennis, esa sabiduría perenne presente en toda la historia de la humanidad.
¿A qué nos llevan estas afirmaciones?
Vivimos en un período de la historia en que la ciencia, la técnica, el conocimiento corporal, mental, incluso imaginativo, dominan aparentemente todo el avance de la humanidad y las creencias de las personas.
Pero la intuición y sobre todo el Silencio, aportan a muchas personas, me aportan a mí, un “tercer ojo” que me permite intuir o saborear aquello que la realidad oculta y que, ya hemos dicho, es más importante que lo que manifiesta.
La ciencia se esfuerza por expandir el conocimiento hacia el universo, lo más grande, y hacia la consistencia de la materia y organismos, lo más pequeño. Tiene el valor de hacernos saltar de los límites de nuestros sentidos y de proponernos técnicas y soluciones a nuestros problemas.
A veces parece que se desvanece en la infinitud de los multiversos, en los millones de años luz que nos separan de las estrellas o en los millones de nuestros años (¿?) que nos separan del comienzo de todo.
Encerrados como estamos en las coordenadas de tiempo y espacio, no somos, todavía, capaces de imaginar otras dimensiones o de alcanzar la “teoría del todo”.
Por todo ello, amo la ciencia pero soy contrario al cientismo o cientifismo, que la Wikipedia define como:
El cientificismo, denominado a veces como cientifismo o cientismo, es la postura reduccionista que afirma la aplicabilidad universal del método y el enfoque científico, y la idea de que la ciencia empírica constituye la cosmovisión más acreditada o la parte más valiosa del conocimiento humano, con la exclusión de otros puntos de vista.
El Silencio, conocimiento sutil, intuido, me ofrece respuestas inefables y sobre todo me ofrece ese sentirse en casa, testigo de todas las andanzas del ego, de la mente y… de la ciencia.
En el resumen de aquel debate con los amigos que he mencionado al principio, cerramos con esta frase:
…volverlo a decir con palabras libres y metáforas nuevas, pues nada de lo dicho es esencial en la fe, sino justamente lo indecible…
Y ¿la verdad? La verdad no existe, es pura dialéctica. Pero eso es tema para otro blog.
Jon Ander