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DEJÁNDOSE VER (Isabel Garrido)

Bilbao, 27 de Febrero de 2025.

Es más de medianoche, tras disfrutar de unas pocas horas de increíble descanso, alegre y agradecida, despierto llena de reflexiones. Noto que la alegría es más profunda esta madrugada y que no proviene solo de lo intangible, sino también de mi cuerpo. Entonces, curiosa, me dejo sentirlo y lo siento profundamente vivo, lleno de contento, pleno, como cuando era una niña pequeña y cualquier gesto hacia mí me estremecía y producía un gozo y un contento absolutos. En mi pequeño cuerpo no cabía tanto y entonces la alegría y la risa se disparaban a raudales.

De repente, a mis 76 años, he vuelto esta madrugada a sentir ese mismo contento de tener un cuerpo. He visto todo lo que me ha regalado este cuerpo, a veces tan odiado e incomprendido por mí misma, que me parece inverosímil en este momento, tanto lo uno como lo otro: el “regalo” que descubro que es, como el terrible rechazo que sentí hacia él en mis años mozos y hasta hace relativamente  poco.

 Me explicaré:

“En la adolescencia, me escindí en dos, no pude evitarlo, para sobrevivir. Por un lado mis pensamientos y por otro el cuerpo ese que se volvía desconocido, que fue creciendo y llenándose de grasa hasta límites insospechados: 1,49 cm. y 70 kilos. El cuerpo ese que se fue arrastrando a lo largo de los años, pegado a mí. Lo consideraba un cuerpo solo, sin nadie que lo gobernara, una cosa amorfa e insensible que no entendía por qué tenía que ser arrastrado. ¡Mejor se me hubiera despegado y se hubiera perdido por ahí!

El cuerpo que dormía, el cuerpo que se despertaba, el cuerpo fofo que comía y devoraba, el cuerpo que más tarde, a los 18 años, bebería hasta emborracharse; el cuerpo que fumaba y devolvía; ese cuerpo de grasa, grasa apestosa, del que todo el mundo se reía, incluso mis propios allegados: “oigo pasos de elefante acercándose” y hete ahí que llegaba el cuerpo ese.

Ese cuerpo con ojos que veían, pensaban y lloraban a escondidas. Nadie quería, y menos yo, a ese cuerpo; y claro está que mis ojos no lo reconocían como algo propio… aunque llorasen por él al verlo.”

La cuestión del cuerpo no cambió en muchos años, es decir, nunca supe quererme a mí misma por más que externamente fuera ya completamente distinta.

Pero ahora, y más especialmente esta noche, constato que en este cuerpo es donde he vivido, donde he habitado siempre, todos estos años. Me doy cuenta, con sorpresa y ya era hora, de que mi primer hogar ha sido mi propio cuerpo y aún lo sigue siendo. En realidad, el único hogar que siempre he tenido, el que siempre ha estado ahí. Testigo de mi vida y de mi tiempo.

Mi cuerpo. El cuerpo, verdadera maravilla del Universo, dentro y por él vivo, a través de él observo y contemplo el mundo, siento, respiro, crezco. Me comunico con los demás, nos comunicamos, nos tocamos, nos entrelazamos, nos entendemos, nos amamos, nos admiramos, aprendemos. Apreciamos lo bello, la belleza inherente en toda la Naturaleza. Sabemos a través de él lo que es el dolor, el sufrimiento, la enfermedad, por él vivimos esta vida. Y nos da consuelo…

También a su través se expresa lo intangible, nuestra alma, si queremos llamarlo así, no queda encerrada ni aislada. El Cuerpo, una expansión del SER, su expresión para este mundo de formas.

No había imaginado que alguna vez le fuera a estar tan agradecida. A quién o a qué, me pregunto:  a Aquello que ES todo lo que mi cuerpo no cree ser porque aún no conoce su propia Naturaleza.

Al de una semana, me encuentro con lo siguiente:

Del prólogo del libro (mencionado por Javier Melloni) “La respuesta del Ángel”, de Gitta Mallasz.

«He dejado mi cuerpo, herramienta preciosa que me fue dada para llevar a cabo mi tarea en la Tierra. Ya estaba muy gastado por el tiempo. Sé que otra herramienta me será dada, más apropiada para mi nueva tarea.

Tú también tienes una tarea, una única tarea.

Es benéfico cumplirla, mientras ese raro don del Cielo —tu cuerpo terrestre— sea utilizable.

Si no, has vivido en vano».

Isabel Garrido

Espiritualidad Pamplona-Iruña
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