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EL AMOR, NÚCLEO DE TODA RELIGIÓN (Willigis Jäger)

«En el koan 45 del Mumonkan dice el maestro Tozan: «Incluso Shakyamuni y Maitreya sirven a ése. Dime: ¿Quién es ése?». Todos servimos al Uno. La poesía que acompaña el caso dice: «No tires con el arco de otro; no cabalgues en el caballo de otro; no hables de las faltas de otros; no trates de averiguar los asuntos de otros».

Todos tiramos siempre el único arco y siempre cabalgamos el único caballo. Solamente existe un arco, solamente existe un caballo, solamente hay una vida que nos une a todos. Y si hablamos de las faltas de los demás, hablamos sobre nosotros mismos. Existe únicamente el Uno al que servir.

Podríamos citar muchas palabras del Nuevo Testamento que apuntan en la misma dirección: «Lo que le habéis hecho a alguno de mis hermanos, me lo habéis hecho a mí». —«Ama a tu prójimo como a ti mismo». —«Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os calumnien. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo no se lo reclames» (Lc 6,29).

Esto es un idealismo erróneo, nos dice el sentido común. Pensad tan sólo en los campos de concentración, en Bosnia, en Chechenia, en el terror del 11 de septiembre 2001, en la guerra de Irak, en el Sudán. Según la concepción general, un orden social no se puede basar en semejante ética. Los malvados se aprovecharían y nos dominarían. Un estado social no podría funcionar de esta forma.

El amor del que se trata aquí no tiene nada que ver con la moral. No conoce el «debes» y el «tienes que». Porque la persona que experimenta la vida en las cosas y en sí misma, ya no dañará a los demás. Tendrá una postura de veneración ante todo lo viviente. El moralista levantará tal vez el dedo y dirá: «Debéis volveros así». No tenemos que volvernos así, somos así. Thomas Merton lo expresó una vez de esta manera: «De repente sentí como si viese la belleza secreta del corazón, la profundidad donde no alcanza ni el pecado ni la codicia, la criatura tal como es a los ojos de Dios. ¡Ojalá pudieran (las criaturas) tan sólo verse como son realmente! Si pudiéramos vernos mutuamente de esta forma, no habría motivo para la guerra, el odio, la crueldad… Creo que el gran problema consistiría entonces en que tendríamos que postrarnos para veneramos mutuamente».

Esto suena muy elevado; como si hubiera en nosotros algo muy especial, algo muy diferente que debiéramos venerar. Quizás una religión puede expresarse así cuando cree que una determinada persona es especialmente venerable, que representa algo muy especial y destacado. Pero en el fondo esto vale para todo y para todos, porque ¡todo es santo! No nos podemos volver santos, porque todo es santo en el fondo».

Willigis Jäger
«La vida no termina nunca»