Aquel día hubo un gran incendio en la selva. Todos los animales huían despavoridos. En mitad de la confusión, un pequeño colibrí empezó a volar en dirección contraria a todos los demás. Los leones, las jirafas, los elefantes… todos miraban al colibrí asombrados, pensando qué demonios hacía yendo hacia el fuego. Hasta que uno de los animales, por fin, le preguntó: “¿Dónde vas? ¿Estás loco? Tenemos que huir del fuego”. El colibrí le contestó: “En medio de la selva hay un lago, recojo un poco de agua con mi pico y ayudo a apagar el incendio”. Asombrado, el otro animal sólo pudo decirle: “Estás loco, no va a servir para nada. Tú solo no podrás apagarlo”.
Y el colibrí, seguro de sí mismo, respondió: “Es posible, pero yo cumplo con mi parte».
¿Hablaron las autoridades vaticanas alto y claro del holocausto judío? ¿Denunciaron los responsables religiosos y culturales la dictadura militar de Chile o Argentina? Y no hace falta ir tan lejos para encontrar atropellos y desmanes silenciados, tapados.
Ahora ante nosotros el mundo está cambiando. A pesar de tanto progreso tecnológico, parece que estemos volviendo a siglos pasados, donde los imperios, o quienes pretenden serlo, tratan de conseguir aumentar sus territorios, sus poblaciones y sus riquezas. Y no precisamente consiguiendo alianzas, comunidades supranacionales, etc., sino recurriendo a la guerra, a la guerra comercial, a la guerra total o a la guerra del miedo.
Y nuestra sociedad se polariza, se distorsiona y se entra, por ejemplo, en la carrera de armamentos, con detrimento de otras necesidades más urgentes y humanas.
Así se nos va dirigiendo hacia el desasosiego, la incertidumbre, la desconfianza, cuando no hacia propuestas presuntamente “salvadoras”.
Nota marginal: Ya sé que esta web, en la que participo, está pensada para ofrecer documentos o vídeos seleccionados en internet, por el mundo y sus redes. Y que no contempla comentar temas de actualidad, festividades ni siquiera acontecimientos señalados. Pero en la sección “Blog” podemos recoger inquietudes personales, aportaciones desde la vivencia de cada cual. No solo podemos, sino que para eso se inventaron los blogs.
No se trata de crear debates, ni mucho menos de apoyar aquí determinadas posturas de tipo político, religioso o cultural.
Pero es que estoy muy afectado, hastiado, cabreado, como prefiráis. En los distintos escenarios de guerra y violencia extrema en general, que son muchos, se han marginado las leyes internacionales, las convenciones mundiales, olvidando los crímenes de guerra y hasta las instituciones judiciales creadas para perseguirlos.
Asistimos, asisto, impotentes a esta calamidad producida por personas e instituciones que buscan incrementar su poder y su control.
Y ahí, en medio de estos hartazgos, una compañera que dirige un colegio en Latinoamérica nos contó que su labor en el progreso de la educación en su país era como la del colibrí en el incendio. No va a apagarlo, pero ella hace su parte. Me gustó mucho la metáfora. Todos tenemos que aportar, por lo menos quienes aspiramos a un mundo distinto, cambiando las bases sobre las que está construido el que ahora habitamos.
Cada cual con su capacidad, con los medios a su alcance, con su pico, grande o pequeño, como el colibrí. Cada uno, cada una, su parte.
¿Y cómo se casa con la espiritualidad esta intromisión mía en lo público y político?
Cuando fui acercándome al mundo de la no-dualidad, de la transpersonalidad, descubrí la centralidad del concepto de igualdad de todos los seres humanos y de la intrínseca unidad de todas las personas y todas las cosas. Nada hay que no forme parte conmigo mismo de una única unidad e igualdad. Todo otro, toda otra es parte de mí, conmigo. Todos, todas somos diferentes, pero somos lo mismo. Somos, mejor que soy.
Creían los ciudadanos romanos o griegos que las personas esclavas no tenían alma, al menos no la misma que ellos. Supusieron los humanos masculinos que las mujeres tampoco tenían el mismo cerebro, las mismas cualidades, las mismas potencialidades. Y aun ahora muchos estarían encantados con que fuera verdad. Lo mismo supusieron los nazis sobre el “alma” de las y los judíos. Curiosamente, lo mismo han afirmado no hace mucho algunos dirigentes judíos sobre el alma o la cualidad humana de las personas palestinas. ¿Y los rusos? ¿Y los de América primero? ¿Y quienes niegan a las personas migrantes? ¿Y a las refugiadas?
Siempre tienen que negar la igualdad para machacar, para destruir, para hacer la guerra, sea ésta del tipo que sea.
No olvidemos que la igualdad es la base para que exista la justicia, y con la justicia la libertad. Solo todas estas cualidades hacen posible la paz y la fraternidad.
Beatriz Calvo, luchadora de la palabra compartida, dice en su último mensaje en las redes:
“...el jinete de la Guerra ya cabalga negando el corazón de tantos gazatíes, congoleños, yemenís, sirios, iraníes, ucranianos, rusos, nigerianos… humanos.”
Ahí estamos. Negando el corazón, el alma, la cualidad humana, a millones de personas con crueldad infinita, queriendo extirparnos una parte de lo que somos. Y duele.
Por todo eso protestamos, condenamos, condeno, la carrera desbocada hacia la nada, emprendida por los poderosos con todos los medios, entre los cuales la guerra les resulta eficaz: destruyen, matan y aumentan sus negocios fabricando más armas y reconstruyendo las naciones que han machacado.
Desde la espiritualidad, desde el somos, no podemos querer, no quiero este camino.
En nombre de la Tierra y de los seres humanos y su profundidad,
¡¡Paren las guerras!!
Es lo más urgente.
Ecequiel Subiza Pérez