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EL CONCIERTO DE JAZZ (Isabel Garrido)

Hace justo ayer diez años que experimenté esta especie de tsunami que no supe definir entonces, pero que hoy veo eran claros indicios de los comienzos de mi vida espiritual. Lo plasmé en este relato:

En mi opinión la música tiene cuerpo porque llena el espacio y llega al cielo, tiene tanto cuerpo como un pensamiento que lo puede ocupar todo y no dejar lugar para nada más. Para mí la música fue antes que todo. El sonido es una vibración, al igual que nosotros y que el mundo, el universo. La música es consustancial con el universo y su movimiento. La música es pura, es la esencia misma del espíritu.

Ayer acudí en la sala BBK al concierto de jazz de Kenny Garret Quintet. Nunca los había oído, ni siquiera por la radio, tampoco por su nombre. Sin embargo, había sacado la entrada con más de un mes de antelación e hice bien. Fue espectacular.

Desde el primer e intenso acorde me transportaron en un viaje cosmológico, ¡huy qué miedo! Y es que, aunque pueda parecer exagerado, las vibraciones que emitían eran de tal calibre que sumergieron en ellas todo mi sentir, pura vibración de los cinco sentidos, con una cadencia persistente y profunda. El sonido absolutamente acompasado conducía mi respiración a su antojo, hora la contenía y entrecortaba cada vez más alta y rápida, hora producía la expulsión del aire de manera suave y continuada. Cuando mis pulmones parecían a punto de vaciarse totalmente y tener un descanso, retornaba la potencia de la música y bailaba el aire hacia dentro y hacia afuera, a su ritmo, sin dejarme llegar al reposo. Como las olas cuando el viento produce una marejada, no acaba de romper una y ya llega encima de ella la siguiente y la siguiente y la siguiente pareciendo que el mar no se calma nunca, que nunca ha existido la calma en el mar y que únicamente está compuesto de olas casi iguales, pero in crescendo. Y tú te sientes una gota ínfima que se disuelve mil veces en ese vaivén sin fin, pero sin dejar de percibir que sigues siendo una gota acompañada por y estrujada entre. Una gota individual que en unión con las demás cogen fuerza y vida y forman colectiva e inseparablemente primero esta ola y después aquella ola y aquella otra y la de más allá, y la del fondo. Al final te encuentras tan perdida, descompuesta e integrada en el oleaje que te conviertes en el mar mismo.

Así ha sido el jazz de Kenny Garret. Me ha zarandeado, me ha traído y llevado, me ha lanzado y recogido, me ha tenido en suspenso y casi me ha dejado caer, para al momento siguiente seguir arrebatándome y privándome de ese suspiro de paz que me hubiera relajado.

El quinteto se dio perfecta cuenta de que nos tenía maniatados a todos los espectadores y por eso sus piezas musicales interminables no cedieron en su intensidad, no acababan, eran todas sucesivas y se prolongaban las unas tras las otras. Yo sentía las vibraciones llegar a través del aire, del suelo se transmitían a los pies, subían por mis piernas y éstas quedaban inmovilizadas. La parálisis se adueñaba entonces de mis posaderas y vientre dominados por los sonidos repercutidos en la silla de madera que había recibido a mi cuerpo y por el bolso que tenía sobre mis rodillas, porque el bolso de cuero y la silla saltaban y jadeaban con el clarinete, el piano, el saxofón, el bajo y la batería. Una explosión de música. Incandescente, dominante, que te ahogaba y oprimía y a la vez se permitía permitirte seguir respirando, que te mataba y te daba la vida para dejarte sumida en un anhelo de lo indefinido que se situaba más allá de lo físico, de lo espiritual y de lo espacial. Algo etéreo.

¿Sería Dios ese anhelo? Siempre vuelvo a lo mismo en mi afán por encontrar una explicación.

¡Yo quiero ser parte del mundo!, – lanzo esta queja al firmamento, – ¡no quiero quedarme fuera!  Qué más da si para ello tengo que ser un animal, un vegetal o un mineral, agua, sol, aire, fuego, frío o calor me es indiferente, “pero por favor, ¡no me excluyas!, te ruego, a quién o quiénes no lo sé, me dejes ser una pequeña parte de la Naturaleza que es parte del Universo”.

Hasta aquí mis anotaciones de hace diez años. Quería aclarar que lo relatado anteriormente fue la segunda experiencia extraña vivida ese año. La primera tuvo lugar un mes antes mirando unos cuadros abstractos en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Vinieron más a lo largo del año. Las escribía según las vivía porque no entendía nada y las palabras me salían del corazón.

Todas esas cosas maravillosas suceden, nos suceden a cualquiera, sin ninguna preparación ni titulación. Son para todo el mundo, no hay nadie especial, no hay que hacer méritos. Tú escuchas y alguien habla, se comunica.

Isabel Garrido

Bilbao, 21 de Mayo de 2014