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EL DESAPEGO (Sonia Goyeneche)

Tengo la costumbre de ver el desapego como algo trabajoso, como una tarea ardua, como parte de una renuncia mayor, como algo que una nunca termina de conseguir.

Pero, a veces, hago el esfuerzo de leer como si fuera la primera vez que me topo con esa palabra y entonces, solo entonces, la vida te sorprende. Entonces el desapego deja de ser una tarea complicada y pasa a ser una habilidad que se puede entrenar, que puedes probar, donde cabe el error y el ensayo.

Y cuando una se deja sorprender, todo, por complicado o simple que parezca, se vuelve sorpresa. Y a una se le escapa la sonrisa tonta.

La primera sorpresa es la necesidad de la ausencia de cualquier resultado. Cobra sentido aquello mil veces oído de “nada que hacer».

Otra sorpresa es que solo necesitamos posar nuestros pies serenos en tierra de quietud, aquí y ahora. Todo lo demás es pura apariencia, es intentar cazar gamusinos.

Para mí otra sorpresa es descubrir que, aunque es verdad que durante la infancia los apegos son fortalezas, llega un momento en que se nos vuelven obstáculos, casi sin darnos cuenta, y nos lastran, nos anclan al pasado. Y esta sorpresa esconde una contradicción, porque el recuerdo de lo vivido, lo experimentado, puede llegar a confundirme. La paradoja de que lo que fue no solo necesario sino vital, hoy tan solo estorba y paraliza. A lo que ayer nos aferramos para sentirnos grandes y a salvo, hoy nos pone en situación de alerta, aunque no nos demos cuenta.

Otra sorpresa viene de ver el desapego desde la práctica de abrazar, de abrazar el proceso, cada paso, por mucho que nos cabree o nos parezca insignificante: proceso de intentos y errores, de llegadas, de rutinas desplazadas, de idas y venidas, de frustraciones, de sufrimientos y dolores… Abrazar, solo abrazar.

Y otra sorpresa viene al cambiar la imagen: algo viejo y conocido, o complicado, que me llena de frustración, se transforma en una forma, en una expresión de vida como es una flor de loto… que vive lo necesariamente apegada al agua para vivir y lo suficientemente desplegada a la vez para ser como es, expresión de vida.

Una flor de loto que vive en agua lodosa, pegajosa, casi pegada al fondo, enraizada, pero que al florecer emerge separándose de todo lo conocido y seguro hasta entonces, para sobresalir… aunque eso le suponga la muerte.

Las raíces se abren paso a través del fango hasta la superficie, donde la belleza se puede contemplar de forma elegante, peculiar: es flor y fruto a la vez.

Quizá el desapego es como esta pequeña flor. Saber abandonar todo lo que fue necesario desde el descubrimiento de que hoy nos sobra. Y nuestra belleza queda oculta, entre lo conocido y lo seguro.

Sonia Goyeneche