Vivir de las sobras.
Sigue resonando dentro de mí, como si fuera algo de lo que nunca me habría dado cuenta y, a la par, forma parte de uno de mis mayores temores, desvelados en la lectura de una simple novela de misterio.
Misterio. Palabra con cierta magia que envuelve la realidad de una expectación posible y que aúna esperanza y sueños en una sola palabra. Sencilla y llena de un algo a lo que una no sabe nombrar, pero por ello no deja de ser real.
Aprender a vivir con pasión ya no solo es un simple elegir la vida de entre otras formas de vivir. Camino largo y precioso que empezó decidiendo entre lo que no sabía nombrar, atado a quejas y sufrimientos que no escondían más que dolores tímidos y no pronunciados, secretos que invaden y colapsan la intimidad de una, más o menos de forma consciente. Hoy sigue siendo decisivo elegir y ser consciente de lo que una acoge y de lo que una deshecha, para que lo perdido no se convierta en otra bola llena de pelos difícil de tragar y que se enreda y enreda. Para no alimentar la sombra con nada que la oscurezca y forme nudos que me ahoguen por dentro.
La vida ya no se conforma con ser elegida. Reclama los nombres de los que se quedan fuera a cada paso, no para recrearse en la pérdida y hundir el ánimo por lo que pudo y no fue, sino para que lo perdido quede expuesto a una luz en la que poder descansar como amigo y no como enemigo.
Aprender a vivir con pasión, cuando a una lo de pasión le suena a telenovela, no es fácil; no es fácil trasladarlo a la vida cotidiana, más cuando la vida está parada y a punto de partirse por una columna que no puede sostener los pesos inútiles y reclama en cada grito que algo quede suelto, se suelte o se asome a la luz donde nada pesa.
Aprender a vivir con pasión, cuando una no identifica lo que a una la mueve y la conmueve, es tarea ardua y ante lo árido del camino una se puede volver a esconder en los pliegues de las palabras que no dejan de señalar lo dificultoso, la impotencia, la incapacidad y la fragilidad del momento…
Pero ya es tarde, susurros claman por salir y abrir puertas, el umbral asoma con fuerza y no exige ser cerrado, la siguiente puerta asoma en la curva del dintel, y se atisba por las rendijas de la madera… Ya es tarde, los tambores suenan a lo lejos como avisos inequívocos de que la marcha ha comenzado, la marcha a la libertad que se anuncia en cada estrella y en cada reflejo del sol que tímidamente se asoma entre tanto nubarrón, y se intuye en su máximo esplendor allí donde hoy no alcanza mi vista.
Es tarde, la última palabra de un ciclo se pronunció, entre el rugido de una bestia y el susurro de un hada, como si fuera un suspiro que surge desde lo profundo señalando un más allá que no se esconde, que se desvela como sorpresa y cotidianidad. La palabra pronunciada entre sueños, al despertar dibujada en una mente asustada y callada, es ultimátum y todo resuena a oportunidad. No un simple elegir la vida, sino poner pasión a cada acto, a cada caricia, a cada letra escrita, y dibujar sonrisas tímidas que ya no quieren asustar al miedo sino acompañarlo…
No un simple elegir la vida, ir poco más allá y descubrir la pasión que me ha movido, reconocer esa profundidad que es en mí desde siempre y para siempre.
Y pronunciar nombres, con la mirada serena y elevada, dejando atrás vergüenzas y culpas de otros tiempos o de los presentes, pero que lastran y hacen tropezar. Abrazar la sombra para que no pueda caer de nuevo enredada entre sus trampas y triquiñuelas…
Pasión… Me apasionan las palabras escritas que describen paisajes y silencios, pero sobre todo las que se atreven a pronunciar desvelando poco a poco quien he creído ser, quien he sido enredada en la maraña de lo que me sucedió y sobre todo quién soy, en esa profundidad que siempre me sostuvo la cabeza fuera de ese torrente de dolor que siempre amenazó con devorarme y sostuvo mis labios justo por encima de esos deseos de ser devorada.
Pasión que me lleva a una última oportunidad de soltar de una vez por todas y para siempre esa bestia que me habita y dejar que aflore y viva ese dragón herido como yo, que pugna por vivir como amigo y no como enemigo.
Recuperar la amistad conmigo ahora que sé que me elijo, en medio de una soledad que es aliada, y que es un hábitat cómodo donde aprender de esas cosas que suenan a locura y que despiertan en mí los lazos que siempre me han unido a mí y a la vida.
Elegir la vida con pasión, y hacer de mi caminar mi ruta y mi método de vida. Disfrutando del viaje, y viendo las limitaciones como lugares de impulso que hay que cuidar y no desechar.
Elegir la vida… con pasión,
Ultimátum.
Sonia Goyeneche