«Frente a la mística de las palabras vacías, de los consuelos
imposibles y de los premios o castigos de otro mundo, Epicuro
levantó la firme muralla de un mensaje revolucionario. Con ello
alumbró, de una luz distinta, la democratización del cuerpo humano,
el apego a la vida y a la desamparada carne de los hombres, entre
cuyos sutiles y misteriosos vericuetos alentaba la alegría y la
tristeza, la serenidad y el dolor, la generosidad y la crueldad. Y,
sobre todo, imaginó una educación y política del amor, única forma
posible y esperanzada de seguir viviendo»