Inicio > Blog > EN MI CUERPO (Sonia Goyeneche)

EN MI CUERPO (Sonia Goyeneche)

Conocer mi cuerpo, recuperar consciencia sobre él, poner atención, en silencio… es un proceso lento pero muy curioso.

El primer paso ha sido ser consciente de la disociación. Y pisando fuerte, no de puntillas, por ese sentir el asco y el odio que te he tenido, a ti, a mi cuerpo.

Otro paso ha sido tomar conciencia desde el dolor y la tensión. No creo en las casualidades pero, estando entretenida en estas cosas, me tocó acudir a unas sesiones de rehabilitación, consistentes en ondas de choque para un tobillo. Durante los 5 minutos que duró la primera sesión, descubrí lo lejos que estaba de mi cuerpo, como si fuésemos dos extraños. En la segunda sesión, los siguientes 5 minutos empezaron a conectarme y eso no dejó de sorprenderme; fue curioso descubrir cómo si prestaba atención a mi pierna no solo temblaba ella, sino que la tensión hacía que me temblara todo, hasta la nuca. La tensión y el dolor que me supuso la tercera y última sesión, los últimos 5 minutos,  supongo que terminó con la disociación y de esa manera me descubrí más fuerte. La rehabilitación se ha acabado. En realidad no sirvió para sanar, pero ha ayudado a recuperar un vínculo que yo creía abandonado, roto o incluso perdido en la creencia de que nunca existió.

Los siguientes pasos no podían estar lejos de los surcos que han dejado en mí tanto miedo, tanta rabia y tanta tristeza, que durante tanto tiempo han caminado conmigo de la mano, siempre presentes. Son hilos que me unen y me separan constantemente a través de diferentes creencias limitantes.

El miedo avisa de peligros imaginarios o de lo más reales… pero, hoy, descubro que hablar de sentimientos sin dejar que pasen por el cuerpo, sin saber señalizar dónde se localizan, es volver a teorizar, y es volver a alejarme y esconderme en una sombra, lejos de lo que soy.

Así que me paro a mirar, con cierto susto, sobrecogida, con mis prejuicios y mis precauciones, pero respiro hondo y sigo mirando…

La rabia es como un calor sofocante, que casi quema, incomoda mogollón, es algo que burbujea por dentro, es un compás rápido, visto y no visto. Se sitúa encima del pecho, en el hueso del esternón, muy cerca de la garganta y lo siento en las muñecas y en las cicatrices, como un dolor sordo.

El miedo es más hondo, como un escalofrío, empieza de forma sutil, silencioso, sibilino, hace pausas; a veces es como pequeños arañazos por dentro. Luego se vuelve niebla y no me deja respirar, como si encogiese el espacio que me rodea.

La tristeza lo envuelve todo, es como si desde dentro, desde lo más hondo y desde fuera, una niebla espesa me escondiera y me difuminase, escondiéndome, paralizándome… y me agota, me anula.

El pánico, ese miedo al cubo, despierta a veces junto con la rabia, a veces se vuelve angustia y entonces, cuando todo es más hondo, ¡duele! Es como tragar burbujas cuadradas de oxígeno que tienen que pasar por conductos redondos, el aire se vuelve casposo y en la espalda, a la altura de los omóplatos (paletilla para los corderos), es como si una cuerda invisible tirase de mí hacia abajo.

Es sentir una maraña de cosas a la vez. Por eso me cuesta situar las sensaciones, nunca son puro miedo o pura tristeza, siempre van juntas de la mano y revueltas con dosis indeterminadas de rabia.

A veces el miedo no llega a pánico, pero casi, y entonces hace frío y calor y siempre es hondo, muy hondo. A veces todo se reduce a una rabia que se desahoga en el auto-maltrato, única vía de escape que conocemos… (pensamiento, palabra, obra y omisión, como los pecados).

Otras, solo es como un peso que se posa en la boca del estómago y a la par estrangula parte de mi garganta, y pesa y duele ese hueso largo que une el cuerpo en el centro del pecho.

A veces nubla la vista.

A veces es abrazo desde atrás, buscando ser consuelo.

Y hay un punto hondo, oscuro, denso, donde rabia y tristeza se dan de la mano… y todo se vuelve espeso como un bicho oscuro y negro, que lo envuelve todo, crece y palpita, late, como si tuviera vida propia… y simplemente dejo de mirar.

Y pasado un rato mi cuerpo se destensa, pero no se relaja.

Y una sola imagen me sostiene, y me ayuda a respirar, calma el desasosiego como una caricia.

Una foto, que nunca existió, fruto de mi necesidad y de mi imaginación.

Un dibujo con una sola silueta, un solo contorno. Un árbol, mi yo adulto y mi niña interior sentada en mi regazo, en un solo trazo, mi espalda perdida en parte del tronco y mi niña perdida entre mis brazos…

Sonia Goyeneche

 

 

Espiritualidad Pamplona-Iruña
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.