Silencio y quietud, cada tarde a las 7 h. Cada día parecía que fuéramos más, más gente, en diferentes lugares, como una sola, en meditación. Era como cogerse de la mano, a pesar de las distancias. Ser como uno, como una, jugando una experiencia de unidad, en silencio, en quietud.
Y estaba bien.
El problema llegaba a la misma hora pero en otro momento, a las 7 de la mañana.
A las 7 cada día, sola, había que salir de casa. Por dentro no quedaba ningún rastro de esa sensación de unidad durante ese ratico de meditación.
¿Todo se reduce a un hacer común?
¿Cómo alargar la experiencia para no sentirme tan sola?
Sin respuestas, no me quedó otra que darle la vuelta. Y una mañana me di cuenta de que no era un hacer lo que me unía, no un hacer voluntario, elegido… sino algo más sencillo: ¡respirar!
Y fue como si por dentro se abriese todo a la posibilidad.
Y fue como si me conectase con todo lo que respira, en la calle, en la naturaleza… todo lo que tiene un latido, aunque sea imperceptible a mis oídos.
Cada día, cuando cerraba la puerta, en el rellano de mi casa mientras me ajustaba la mascarilla y me ponía los guantes, una parte de mí se sabía unida, plena, plena y sostenida.
En ese gesto sencillo de respirar consciente.
Un soy o un somos.
Una sensación de indiferencia hacia las palabras, soy, somos, como si en el fondo fuese la misma palabra.
Un solo gesto, respirar.
Algo tan simple, tan efímero y tan eterno a la vez, como respirar.
Dejar que el aire entre y lo llene todo, dejar que todo se expanda, sin límites, sin fronteras…
Dejar que salga, dejarlo salir casi hasta que duela, casi hasta sentirme vacía…
Y así una y otra vez, una y otra vez.
En silencio, en quietud, a sabiendas de que tan solo respirando me uno a todo cuanto existe.
Y es una sensación extraña, abrumadora; me hace mirar de frente, sonreír por dentro y pisar con aplomo; dejar sin poder al miedo y acallar la mente revolucionada.
Las contradicciones se hacen patentes en pensamientos e ideas que se filtran y me calan por dentro. Ser una con todo. Un todo en el que todo entra, amigos y enemigos, el que aplaude, el que medita, el amigo, el que insulta…
Pero por un instante efímero, porque no sé mantener en el tiempo; eterno, porque no consigo olvidar y la sensación, como una sabiduría recobrada, permanece en mí; ser una, ser una con todo tiene un sentido de totalidad que nunca siquiera había imaginado.
Pero es algo más que un instante, algo más que una intuición. Conecta con algo por dentro y es como si se trenzase algo, de dentro afuera, de afuera a adentro.
A pesar de las contradicciones.
A pesar de las distancias.
A pesar del miedo.
Ser una con todo, en silencio y quietud… Y entonces algo ocurre, algo cambia.
Algo susurra por dentro: ¡Ríndete! Habla de apartar las quejas y dejar de poner etiquetas, de juzgar lo que ocurre como bueno o malo; habla de comprender desde un amor, una consciencia, que no domina, que es apertura a todo lo real.
Y algo cambia, cuando saboreo por primera vez algo tan diferente.
Solo respirar.
Y dejar que el silencio desdibuje las fronteras del pasado y la Soledad…
En el silencio soy, somos.
Simone