Los algoritmos ya no son herramientas pasivas: están diseñados con objetivos, entrenados con datos que arrastran sesgos, con instrucciones que pueden moldear nuestra atención y nuestra conducta.
La inteligencia artificial también modifica la forma en que representamos el mundo. No solo amplifica algunas facetas de la realidad: también silencia otras, organiza la información de formas que condicionan lo que creemos, lo que decidimos y, en última instancia, lo que somos capaces de pensar.
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