Paseando por los jardines de mi ciudad, observo las hojas de los árboles que caen en esta tarde otoñal y ventosa.
Son los mismos árboles que nos anunciaron lentamente, sin hacer ruido, que ya era primavera, luciendo sus tiernos brotes después del parón invernal.
Siempre me estremecen los árboles, me emocionan sus cambios pausados, rítmicos e imparables.
Son un ejemplo inmejorable del paso de la vida y de su impermanencia.
Me hacen sentir y pensar.
Sentir, que formo parte de la familia de seres vivos que habitan la tierra, quien nos da la vida y nos mantiene vivos.
Pensar, que como los árboles y junto a ellos, mi vida pasa y se va desarrollando de forma inexorable a lo largo de los años que dure.
Desconozco si los árboles tienen consciencia en el seguir, de forma tan perfecta, las leyes de la Naturaleza.
Pero a mí me inquieta que, siendo un ser capaz de ser consciente, pase gran parte de mi vida sin disfrutar conscientemente de la VIDA con mayúsculas.
De la VIDA en la que se teje todo y entrelaza a todos, donde suceden de forma inexorable los acontecimientos tanto si son agradables o desagradables, donde se es feliz e infeliz, se ama y se es amado, se nace y se muere…
Quiero abrazar la VIDA, ser consciente de su belleza y sabiduría y aceptarla obedientemente.
Doy gracias al hermano árbol, como diría Francisco de Asís, por serme referente y compañero de viaje.
Itziar