Cada ser es Universo, de forma que este último no es estático sino que fluctúa dependiendo de los papeles que asume cada ser. De ahí que vivamos en un Universo pulsante, evolutivo, vivo. Y que pueda ser divino y amoroso o frío y mecánico.
Encontrar nuestro propio lugar en el mundo.
Vivimos todos en la mente del mundo, pero este se nos puede presentar en formas diferentes:
- Es un mecanismo ciego, frío, neutro, mecánico e indiferente cuyo destino está escrito, la partida ya está jugada y no por jugar, aunque lo parezca.
- Es un festival colorido de sorpresas, una fuente inagotable de creatividad pulsante, sin aparente orden ni concierto.
- El mundo manifiesto es símbolo de una realidad no manifiesta. Un símbolo de la belleza, la bondad y la verdad. La realidad hace guiños a los seres para que estos encuentren el camino de vuelta al Uno primordial.
- La naturaleza divina del mundo no es lo eterno, pero tampoco lo pasajero y fugaz. Es el flujo amoroso que se da entre los dos elementos, lo eterno y no pasajero y lo mutable. Danza entre contemplación y naturaleza.
Estas cuatro perspectivas son posibles y dependiendo de en cuál de ellas nos situemos, desde allí lo contemplaremos. Todas son reales pues reales son los seres que las viven.
Los seres humanos, como entes que buscan, nos vamos posicionando y eligiendo nuestro puesto y nuestra comprensión.
El predominio de una y otra trazará el destino de cada cual.
Complemento: El cerebro como filtro.
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