TALLER SANANDO HERIDAS – JUNIO 2021 (I)
En junio participé de un taller, y estos dos momentos nacen de la experiencia, no solo del taller, sino de los ecos que han movido por dentro y de las conexiones que se pudieron realizar a partir de ese momento. Hablan de madurez, hablan de proceso y hablan de vida que se está despertando en mí, aceptando cualquier cosa como maestro pero no teniendo a nadie como maestro único, … porque maestra es la vida y la sabiduría y yo, como todo el mundo, estoy empapada de ambas.
Kintsugi
Para los japoneses es una forma artística, una forma de restaurar una pieza de cerámica rota; se coge cada pedazo y se junta, se pega con un barniz de resina al que se espolvorea polvo de oro. No buscan camuflar las grietas, ni las esconden, sino que las hacen bellas y las resaltan. También se conoce como el arte de las heridas.
¡Quién fuera cuenco en manos de un artesano japonés para ser cogida y recogida, mirada y observada, como si encerrases una belleza única, mimada, acariciada y… restaurada, pedazo a pedazo, con ternura, con la paciencia de quien se sabe creando algo nuevo, hermoso y válido!
Porque ¿Quién no está herido? ¿Quién no se ha sentido herido por las palabras o los silencios de los demás en algún momento? ¿Y por la indiferencia de cercanos y extraños? ¿Y por no haberse dado cuenta a tiempo? ¿Quién no se ha reprochado alguna vez no haber dicho, haber hecho algo en un momento concreto, y siente rabia o se culpa de unas consecuencias no esperadas? ¿Quién no ha perdido a alguien, un desamor, o perdido para siempre a quien se quiere en la muerte? ¿Quién no ha sufrido violencia en cualquiera de sus expresiones, por mínima que sea, … aunque tan solo fuera una bofetada de esas que dicen por amor, aunque sea un amor, un amor malentendido? ¿Quién no se ha enfadado nunca o rabiado…?
¿Y quién no ha causado alguna herida en cualquier otro, conocido o no con sus palabras, su indiferencia, su pasividad, su no hacer, sin querer, sin poder hacer más o sin querer hacerlo, o por llegar demasiado, por querer jugar a ser salvadorcico? ¿…?
Heridas, heridas y más heridas.
Y todas las heridas, tarde o temprano, se transforman en cicatrices. Unas son imperceptibles, más pequeñas que la cabeza de un alfiler; otras son grandes y parece que te parten de medio a medio. Las hay de todos los tamaños. Unas conectadas a otras, como si dibujaran por dentro paisajes no definidos.
¿Quién no tiene una herida dentro?
Que una no las quiera mirar, que no les preste atención, que no las nombre, no significa que no estén, tan solo que están escondidas. Quien diga lo contrario miente, se miente sobre todo a sí mismo y se niega porque no se conoce, y de esa forma se pierde la posibilidad de ser reparado.
Hay muchas cicatrices que quedan olvidadas, otras sirven de impulso o nos enseñan algo, nos recuerdan algo: a no repetir o mejorar, algo a tener en cuenta, a no dejar al margen, a tener siempre presente. Algunos dicen que las cicatrices son como mapas, pero no solo de un dolor sufrido o una rabia experimentada, sino de la forma de salir; las cicatrices nos enseñan por dónde salir.
Pero algunas heridas llevan más dolor del que podemos soportar, dolor que no se sacia con nada, que parece que nunca se cierran del todo, heridas que abren brechas que parecen insalvables…
¡Quien fuera, entonces, cuenco roto en manos de un artesano japonés!
Algunas heridas no dejan nunca de sangrar, ni de doler, por muchas cosas que intentas, a pesar de todo el esfuerzo que hacemos intentando ignorar, por más espacio que les dejes, aunque no pares de llorar, aunque tomes ibuprofeno…
Algunas heridas duelen tanto que solo al rozarlas se nos disparan todas las alarmas. Heridas que solo asoman en nuestro inconsciente, a sabiendas de la fragilidad e incapacidad de nuestro consciente, y están y no están a la vez; están a la espera, ocultas, silenciosas… pero siempre terminan por salir por cualquier rendija.
Heridas que entre susurros y gritos reclaman nuestra atención. Heridas que gritan hasta quedarse sin voz y nos hacen llenarnos de impotencia porque nuestras manos no saben qué hacer, porque seguimos mirando fuera buscando quien nos cure, nos salve, nos quite, nos libre. Heridas que nos nublan, que nos asustan, que nos cabrean, que despistan, que nos anestesian, que despiertan los monstruos de nuestra infancia, que nos hacen sentirnos pequeñas, muy pequeñas
¡Quién fuera, entonces, cuenco roto en manos de un artesano japonés!
Simone