¿Y si estuviéramos equivocados
y lo que hemos creído que era Dios
fuese, precisamente, aquello que no lo es?
Basilio Sánchez: La llama alta (Cristalizaciones)
Estamos en 2004, recorriendo Birmania, un país que se queda adherido a nuestra memoria más profunda. Sentimos que el objetivo del viaje, la celebración de nuestras bodas de plata con nuestros hijos, pierde y gana significado con lo que nuestros ojos contemplan. Lo que sale a nuestro encuentro nos deja indefensos ante la belleza que nos vamos encontrando en cada rincón de este país.
El lago Inle, con sus espacios abiertos y sus aguas oscuras, irisadas de oro y plata al atardecer; Rangún, con su pagoda de oro; Mandalay, con sus templos antiguos, de madera oscura y pagodas blancas y, especialmente, Bagan.
Bagan, acariciada por las aguas del río Irawadi, conserva en su espacio más de cuatro mil templos, algunos de ellos grandes, de base cuadrangular y escalonados hacia arriba, de diferentes colores y decoraciones, plataformas para meditar y orar, para contemplar atardeceres dorados que se prolongan en el horizonte casi infinito.
Otros muchos templos, rodeados de acacias bajas, son de tamaño pequeño, sin espacio para alojar al orador, testigos de una promesa y manifestación de una esperanza.
Grandes o pequeños, la mayoría de esos templos tienen una puerta de acceso en cada uno de sus cuatro lados, puerta que en los templos grandes puede dar paso a una galería en la que se alojan, en hornacinas de las paredes, diferentes figuras de Buda; por el contrario, en los templos pequeños, esas puertas pueden dar acceso a un pequeño espacio o a una pared que te cierra el paso.
Sean lo que sean, te lleven a donde te lleven, esas puertas son una llamada y un testigo. Son un espacio en penumbra lleno de promesas y de compromisos.
Desde el contraste con las paredes rojas de ladrillo o marrones de barro, esas puertas te invitan a entrar, a recogerte en su interior, a expandir tu corazón y a dejarte llevar por el silencio del espacio al que te trasladan, a la intimidad de tus creencias y tus pensamientos.
Esas puertas son testigo de la historia de muchos años, de muchas oraciones y de muchas dudas, de arrepentimientos y de promesas, de los rostros de la condición humana en momentos adversos y, en otros, de agradecimiento, de búsqueda de la paz interior, de aproximación a la trascendencia.
No tienen barrera que prohíba su acceso, te prometen una entrada ligera, libre, con promesas de recogimiento y soledad gozosa; la sombra que esconden no es una amenaza y cuando, al final, pases bajo su dintel, no se cerrará una puerta, es posible que se abran varias ventanas y otras tantas salidas.
Ahora bien, su invitación no está exenta de compromiso, de un pacto para no dejarse llevar por el vacío, para profundizar en el enigma que nos envuelve desde que nacemos hasta que abandonamos esta vida que ahora conocemos, para estar activos y construir día a día nuestro propio templo, nuestras puertas y nuestras ventanas, nuestros amarres y firmezas.
Isidoro Parra