Hay una metáfora que ayuda a ver con más claridad lo que somos en realidad y lo que no somos.
Esta unidad, esta conciencia que está aquí sin hacer ningún esfuerzo, que es también inamovible, que no cambia ni evoluciona, la podríamos comparar con una estación de trenes. Los pensamientos, las emociones, todo lo que se mueve en nosotros y fuera de nosotros, serían los trenes. Pasamos una gran parte de nuestra vida creyéndonos que somos esos trenes, cargando a menudo a cuestas el equipaje, sin ni siquiera dejarlo en el portaequipaje. Nos subimos a ellos y padecemos el sufrimiento que implica estar identificado con los mismos.
El hecho de reconocer que somos la estación, el hecho de reconocer que somos el Silencio, el hecho de ver que somos este espacio ilimitado, nos permite también reconocernos en él, ver que nunca se mueve y que sólo por un tiempo habíamos olvidado lo que éramos, tomándonos por los trenes que vienen y van. Este error hace parte de la vida. Llega el momento en el que no hay lugar para la equivocación: somos este espacio como el de una estación, desde donde se ven los trenes pasar, simplemente. Y esto se hace posible cuando uno ha tomado conciencia del ser que es, de su naturaleza absolutamente inmóvil, de su paz constante. Mientras que la naturaleza de todo lo que es movimiento (los trenes, los pensamientos, las emociones, etc.) es como su nombre indica, moverse; pensar, creer, actuar son también del orden del movimiento. Cuando uno conoce bien la naturaleza de lo que creía ser y la naturaleza de lo que es verdaderamente, deja de haber conflicto.
Somos esta mirada lúcida, neutra, transparente; por lo tanto, sólo el hecho de darnos cuenta que nos hemos tomado por el tren, nos vuelve a poner en nuestro lugar.
Y ser fiel a sí mismo es osar ser esta conciencia pura. Esto no quiere decir que uno no vaya a cuidarse del vaivén de los pensamientos, pero dentro de una claridad que va por delante.
Nuestra verdadera naturaleza es ver y estar presentes a todo aquello que se nos presenta en la vida. Esta mirada única, esta presencia, es lo que hace que todo el resto quede absolutamente libre.
Esta estación, esta conciencia que somos, es una meditación natural. En cambio, podemos comparar a los trenes con la meditación activa e incluye como ya hemos dicho todo lo que es movimiento, como la mente, el cuerpo, la persona, el yo soy, etc. Mientras imaginamos ser la mente, olvidamos que somos la estación que está aquí constantemente sin moverse y que lo que hace es mirar cómo pasan los trenes por ella. Todos vemos en algunos momentos que no somos los trenes, que somos la estación. Lo sabemos. Sólo hay que osar serlo constantemente. Y esto no quiere decir que haya que serlo más, sino más bien tomar conciencia de ello para reconocer que es así. A partir de este reconocimiento se va expresando a su manera una enseñanza silenciosa, puesto que atrevernos a ser lo que somos abre una puerta invisible que permite que nos hagamos conscientes del hecho que esta capacidad de pensar que todos tenemos no es lo que somos: está aquí más bien al servicio de lo que somos profundamente. Y no al contrario. Es importante saber que la mente no sabe estar en el momento presente, que tampoco hay en ella capacidad para ver lo que somos de verdad. La mente sólo puede ver el pasado y el futuro. En los momentos de apertura, en los que uno deja de identificarse con sus pensamientos, se puede vivir lo que uno es frente a ese instante presente.
En lo que se refiere al conocimiento de uno mismo no hay cincuenta soluciones: o bien somos lo que realmente somos, del todo, o bien somos los trenes yendo de un lugar a otro sin parar. Sólo hay estas dos posibilidades: ¿somos la estación o somos los trenes? En verdad, todos somos la estación, pero a pesar nuestro cometemos el error de identificarnos con los trenes. La identificación hace que haya un constante vaivén entre lo que uno es de manera natural y lo que aparece y desaparece, es decir todo lo que creemos ser.
Conocerse a sí mismo es reconocer con la suficiente fuerza que somos la estación para no seguir en este vaivén. Las dudas que a veces tenemos son porque olvidamos lo que somos en realidad. Basta con verlo para poder percibirse de nuevo como estación hasta el día donde no queden dudas y dejemos de olvidar cuál es nuestra verdadera naturaleza.
Yolande Duran