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LA IRA COMO DESAMPARO (Isidoro Parra)

¿Cómo hacerte entender que la ira puede ser tu mayor desamparo?

En tu rostro, ya cansado de lo vivido, han quedado impresas las huellas de muchos desamparos. El tiempo no es la única agresión que ha sufrido tu piel. Así lo manifiestan  los pocos relatos de tu vida que compartes.

Ahí, en tus gestos y en tu rostro está tu vida entera. Por lo que cuentas, la sonrisa ha desaparecido de tus ojos hace ya muchos años.

Parece que sobre tu piel y, sobre todo, bajo ella, se han librado muchas batallas y, hoy, la ira ha sembrado de frialdad y distancia tu cuerpo entero.

Estás enfermo… de muchas cosas, posiblemente también, y no la menos importante, de soledad.

Podemos -y tal vez, debemos- aceptar lo que nos llega, lo que nosotros mismos hemos ido construyendo con aciertos y errores, o lo que nos ha traído la vida sin buscarlo ni merecerlo, pero esa ira … ¿cómo podrías dejarla a un lado? Me niego a creer que sea la que te sostiene. Más bien creo que te hunde más en un abismo de rabia que te es imposible superar y, también, en la amargura que transmites. Eres inteligente y estoy seguro que te das cuenta que no consigues más con esa actitud desafiante, pero hay alguna razón potente que te impide sonreír.

Es cierto que el dolor atraviesa tus huesos, esos que apenas sostienen tu cuerpo y tus recuerdos. Parece que nada te calma y todo te altera.

Tu mirada es tu primera barrera. No nos conoces, pero hay en ti un rechazo que nos expulsa de tu cercanía.

¿Cómo hacerte entender que tu ira te hace más notorio, pero no más amable?

Es cierto que el lado izquierdo de tu cama lleva muchos años vacío, sin otro cuerpo que se hunda a tu lado y eso duele, genera soledad y, posiblemente, también hace que crezca la ira contra la vida.

A pesar de ello, en tus años más tempranos o no tanto, debías haber dado mucho, porque hoy, pasado ya bastante tiempo, la persona que dejó ese vacío a tu lado ahora te cuida y a ti te gusta que te cuide, pero cuando no está a tu lado, te despojas de esa aceptación tan necesaria y vuelves a vestirte con el manto de la distancia y el cuchillo de la ira.

Cuanto te veo a su lado, cuando te acompaña, desaparece tu ira o te la guardas muy adentro, para otro momento. Deduzco, por ello, que si quieres, puedes.

¿Cómo hacerte entender que esa ira que usas como defensa es tu mayor desamparo?

No nos dejas hablar mucho cuando estamos a tu lado y cualquier intento que hacemos de acercarnos a ti es mirado por tus ojos con desconfianza y contestado con la agresión de tus palabras, tus gestos y tu desprecio.

A cada paso que damos por acercarnos a ti, recibimos la frialdad de tu distancia, la falta de respuesta o la agresión de tus palabras. Tengo que decirte que no es fácil mantenerse a tu lado.

Sólo el humo del cigarro que fumas con más frecuencia que la debida consigue calmarte un poco, pero tampoco él consigue borrar la amargura de tu rostro.

¿Cómo podríamos hacerte entender que tu ira acrecienta tu condena?

Solamente uno de los días que he estado contigo, he conseguido que me aceptaras y hablaras algo de tu vida. No me digas qué me inspiró para vencer la muralla de tu diario rechazo. Tal vez, ese día tenías las defensas bajas y dejaste un hueco por el que me llevó el instinto para que permitieras que te acompañara de verdad.

Ese día, me hablaste de tu hijo, ese ser tan querido para ti que se fue a consecuencia de un accidente. Declaras que no has superado su partida, pero eso no lo supera nadie, ahí no eres diferente. El recuerdo de ese hijo acrecienta tu rencor hacia la vida.

Como si se tratara de una investigación policial, me dices que ahora ya sabes la identidad del culpable de su muerte y me hablas de venganza. Cuando lo haces, tu ira se desborda y no hay palabra que te calme, no hay gesto que puedas aceptar.

Creo que esa ha sido la agresión con mayor impacto en tu vida.

¿Cómo hacerte entender que la ira no lo traerá de vuelta?

Ese día también me hablaste de tus nietos: aparentemente, la única alegría que te queda y que te hace sonreír. Ellos podrían ser tu rescate, pero tu actual enfermedad te impide acercarte a ellos y ahí surge otra vez la ira. En esta ocasión, contra la salud, contra los médicos que no consiguen el milagro que necesitas, milagro que posiblemente no sería suficiente para aplacar el incendio que te consume.

Suceda lo que suceda a tu alrededor, parece que siempre acabas en el territorio de la ira. Ella es como la niebla que casi siempre nos detiene, en ocasiones nos hace pensar en qué hay más allá de su barrera, pero siempre nos interpela para saber qué es lo que oculta.

En todo caso, me cuesta creer que quieras ahondar en la soledad, en la distancia con todos los que intentamos acercarnos. Me cuesta cerrar los brazos en el aire que nos separa. Quiero abrir el resquicio por el que respira la herida que te atraviesa.

No pretendo llegar a más. Me bastaría con aliviar algunos momentos y hablar contigo de las cosas que hablamos los mediocres.

Y me gustaría hacerte ver que la ira no te ayuda, que tu rescate está en abandonarla poco a poco, en dejarte acompañar.

Tampoco dejo de pensar que la ira no surge de la nada, que tu cuerpo no la ha recibido como un regalo, que hay menos culpables que condenados por la vida.

Por eso, piensa sólo en el rescate, porque la hora no ha llegado y todavía hay tiempo, siempre hay tiempo.

Pamplona, diciembre de 2024

Isidoro Parra

 

Espiritualidad Pamplona-Iruña
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