Es nuestro primer día en Guatemala. Sabemos que nos espera un recorrido en autobús que superará las cinco horas, tal vez por carreteras algo dañadas, pero el ambiente a la hora del desayuno es alegre, confiado. Es nuestro primer contacto con el desayuno chapín, con sus frijoles volteados, acompañados de crema de nata, su plátano frito, su aguacate y su huevo frito.
Ya en el autobús, vamos atravesando las calles de Ciudad de Guatemala, escuchando con atención las primeras explicaciones de Marvin, nuestro guía guatemalteco, mientras observamos lo poco que podemos apreciar de la ciudad: sus árboles a los bordes de las calles, especialmente ficus o eucaliptus, salteados con alguna palmera. En algunas zonas, nos sorprende la imagen de las casas más humildes arracimadas en las pequeñas mesetas que sobreviven a la erosión, hasta descolgarse por las barranqueras, en un equilibrio que a nuestros ojos no parece muy estable.
Vuelve a repetirse la imagen de muchas zonas de América del Sur, casas de viguetas que apenas alcanzan a completar la planta baja y, en algunos casos, el primer piso. Por encima de éste, solo apuntan los pilares de hormigón con el armazón de hierros al aire, sin tejado. Podría decir que es el reflejo de una escasez o también el truco para eludir impuestos, pero prefiero verlos como una esperanza, un grito y una llamada para el futuro, para lo que resta por hacer, un objetivo abierto, siempre a la espera de mejores vientos, muestras de un pueblo que lucha día a día por ofrecer un mejor porvenir a sus hijos.
Al tiempo que Marvin nos habla del país y su economía, se presentan las primeras oportunidades para ir conociendo algunas palabras especiales y su significado. Así, sabemos que al café aguado, que es lo que tomaremos en el viaje, le llaman “chirri” o, también, “agua de calcetín”.
Además de los productos tradicionales y de gran volumen como el café, el plátano, el cacao, el azúcar o las frutas tropicales, Marvin nos habla del cultivo del “achote”, del que sale ese pigmento rojo con el que se tinta la capa que cubre el queso que en España llamamos “de bola”. También nos habla del “chirripeco”, un té típico del país.
Todo ese cúmulo de datos nos va metiendo en el cuerpo al país, pero la experiencia del día es el camino (como pasa en la vida, donde lo importante nunca es el destino sino la vivencia del camino que nos conduce al destino buscado o al que llega sin esperarlo). El camino es la CA9, la Jacobo Arbens o la Transoceánica, que por nombres no sea, hay para elegir.
A la vía le viene el nombre de Transoceánica porque une las dos fronteras de agua de Guatemala: el océano Pacífico, al sur, y el mar Caribe al Noreste. Une también sus dos grandes puertos: Puerto Barrios en el Caribe y San José en el Pacífico, pasando por la capital del país.
Entre esos dos puntos, se extiende como una gran boa que recorre kilómetros y kilómetros, atravesando o bordeando poblaciones, aplanando colinas, sorteando barrancos que parecen una insinuación femenina, volando sobre ríos que solamente son bravos y abundantes en agua tras las épocas de grandes lluvias.
Por ella circula la humanidad y los productos de la tierra y del sudor de los hombres. Todo lo que se exporta o se importa por San José o Puerto Barrios se traslada por esta vía hasta los barcos o hasta su destino, todo ello en grandes camiones de hechura yanqui: grandes cabinas con espacio para dormir y grandes remolques con mucha capacidad, dueños del espacio, de la mirada y del asfalto.
A esos dinosaurios del asfalto les acompañan pickups con gente apiñada en su remolque, sentados sobre el metal o en pie, sosteniendo sus sombreros contra el empuje del viento, con sus equipajes de mercancías para vender o recién compradas. Y ya, solamente como un complemento, los turismos y los buses turísticos, como en el resto del mundo.
Con lo dicho podría bastar, pero hoy vivimos la experiencia del retorno de la “Caravana del Zorro”. Según nos cuenta Marvin, el día anterior se celebraba la romería al Santo Cristo Negro de Esquipulas y hace ya unos años que un grupo de moteros peregrina a ese lugar desde Ciudad de Guatemala. Al cabo de los años, el grupo ha ido creciendo y hoy se dice que superan con creces las cinco mil motos. Por ello, hoy es el día de retorno a su lugar de origen y el espectáculo que observamos por el carril opuesto al nuestro es sobrecogedor: cientos de kilómetros con la calzada ocupada por motos que, con una o dos personas sobre ellas, llenan el espacio, engalanados con sus banderines de color que traen como recuerdo de su peregrinaje. Con ellos, la carretera es una fiesta; en todas las gasolineras o áreas de descanso cuelgan pancartas con el mensaje “Bienvenidos, Caravana del Zorro”; en muchos tramos de arcén se han instalado puestos de venta de comida o bebida, alrededor de los cuales hacen una parada los moteros; en algún tramo, cuando el río discurre junto a la carretera, esas riberas se han transformado en playas fluviales para refrescarse y hacer unas risas mientras las salpicaduras del agua llenan de brillos la paleta de colores.
Todo es vida que fluye con intensidad.
A lo largo del recorrido pasamos por zonas más áridas, estribaciones de cadenas montañosas castigadas por la falta de lluvia, erosionadas por el viento, zonas en las que el color predominante es el marrón de tierra, marrón más oscuro de rocas y también marrón de troncos secos; pero también cruzamos grandes extensiones de cultivo de melones, sandías, salpicados por colmenas para favorecer la polinización, plantaciones de mangos, tierras más amables para atraer el asentamiento de la población.
Por eso, la vida sigue fluyendo como un río caudaloso.
En las orillas de la carretera se suceden las bajeras ocupadas por multitud de comercios, algunos de alimentación, pero los más de recambios, ferreterías, talleres de reparación, de grabado y pintura.
La vida que se agolpa a los bordes de la carretera.
Salpicadas entre las casas, la oferta de bajeras de diferentes cultos religiosos es abundante y variopinta.
Nadie quiere perder oportunidad allí donde la vida fluye.
Con motivo de una de las paradas provocadas por un accidente de algún camión, puedo observar una ranchera pintada de negro con un anuncio de una emisora de radio: “Te sorprenderá lo que Dios quiere hablarte en el camino”, con la indicación “Sintoniza El Camino, 99,7 FM”. No sé la intención del anuncio, pero da para muchas interpretaciones y para muchas reflexiones.
Todo el mundo viviendo de la vida que fluye.
He vivido el viaje creyendo que recorría un camino histórico, dejándome llevar por el discurrir sinuoso de la boa madre, impregnándome de la vida que llena su suelo y sus aledaños. Pienso que hoy era un día más de los muchos que repiten el milagro de los amaneceres y del misterio de la vida en esta Transoceánica.
Guatemala, febrero de 2019
Isidoro