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LA VIDA, LA VIDA, MI VIDA, EL SENTIDO… (Ecequiel Subiza)

La más antigua evidencia indiscutible de vida en la Tierra, interpretadas como bacterias fosilizadas, datan de hace 3.770-4.280 millones de años”

Hace unos 2,5 millones de años apareció entre los Australopithecus una nueva especie que ya no puede englobarse en este género. Se trataba del Homo habilis, al que, como vemos, los biólogos le han asignado el nuevo género llamado Homo.”

Hace unas semanas tuve una situación de riesgo vital, es decir, que por momentos me imaginé ver las zapatillas a san Pedro. Por cierto, que no eran los finos zapatos blancos o rojos, depositados en museos pontificios, sino que se parecían más a unas sandalias de tiras de cuero o, a lo mejor, a unos zapatones negros de origen argentino.

No era la primera vez que me enfrentaba a estos momentos. Ocurrió hace veinte años, cuando me encontraba en un alto momento del paradigma religioso-cristiano; entonces las creencias me dieron la paz suficiente para pensar que iba a un encuentro, lleno de misterio pero tangible, con Dios y con Jesús de Nazaret resucitado.

En esta ocasión, mientras me preparaba “por si acaso”,  le comentaba a un amigo “cómo echaba en falta las creencias”. Pero las creencias no son de ida y vuelta: son como un globo que, una vez pinchado, ya no es por más tiempo globo.

¿Cómo vivenciaba yo ahora esta posibilidad en la cual la muerte abandonaba su carácter siempre lejano y ajeno? Pues trataré de explicarme.

Todo esto que comenzó hace como 4.000 millones de años es lo que llamamos la Vida con mayúscula, la cual es un misterio tanto en las causas de su inicio como en su desarrollo actual. De la Vida no sabemos cuál su comienzo: el caos, el Bing-bang, una explosión controlada e indefinida… Tampoco sabemos si tendrá o no un final.

Me surgió la sensación de que la Vida es una cadena, de la cual mi vida era un eslabón, uno entre muchos pero con entidad propia. La cadena viene de lejos. Conozco los eslabones ancestros de hace unos 150 años. Pero veo que mi pareja y yo formamos un eslabón fuerte del que han surgido 4 hijos y 5 nietos. Dos nuevas generaciones.

Toda esa Vida, en la que se inscribe el regalo de nuestras vidas, forma la realidad. No hay dos realidades, no hay dos mundos. Hay solo este mundo.

Pero cuando nos volvemos a nuestro interior, en el silencio profundo, percibimos con un conocimiento sutil, que somos no-dos con toda la Realidad.

Atisbamos el misterio de la Realidad cuando nos hablan de un campo unificado de consciencia, o de la Realidad como algo formado por ondas y energía o, más al fondo, como solamente información.

El misterio de la Vida nos ha hecho posible a los humanos tener autoconsciencia. Nos damos cuenta de que somos. Si esta autoconsciencia desaparece como el cuerpo o no, lo ignoramos.

Pero en todo caso, habrá valido la pena vivir el Regalo de la Vida, nuestra vida.

Seguramente todo esto me daba un cierto sentido a lo que me estaba ocurriendo. Pero a lo largo de la experiencia se me dio vivir con intensidad tres actitudes: amor, gratitud y confianza.

El amor es parte de la vida. El amor es lo que genera la vida, al llamar a unirse y fusionarse partículas, átomos, moléculas, cuerpos, especies y formas incontables. Cierto, pero mi sentimiento era algo más. Vivenciaba un amor a quienes tanto amé y ya no están con nosotros, y a cuantos forman ahora mi familia: pareja, hijos, nietos, hermanos, compañeros, amigos…

Esa vivencia me llevaba hasta las lágrimas y me mantuvo despierto más de una noche. Pero la experiencia se iba extendiendo a las personas que día y noche vigilaban mi salud, cuidaban mi cuerpo y me transmitieron una alegría de vivir que no acierto a saber de dónde la sacaban. Raquel, Mikel, Sonia… por citar algunos. Mis sentimientos de agradecimiento y de amor se mezclaban.

Pero las actitudes de gratitud y confianza, ¿hacia quién o qué se dirigían?

No lo sé. No puedo asimilar el concepto de Vida o de Consciencia al antiguo concepto de Dios, porque sería como hacerme trampas jugando un solitario.

Pero la gratitud era una vivencia cierta: por la vida recibida, por la consciencia saboreada, por el amor dado y recibido. No daba gracias a nadie, pero me saboreaba como gratitud, emocionada gratitud.

Y por último la confianza. ¿Confianza en qué o en quién?

No lo sé tampoco, pero confiaba que todo tenía sentido, que la vida y la muerte, como el nacimiento, son parte del mismo proceso.

Iba a vivir, en todo caso, un segundo parto.

Y esta confianza, nacida del amor y la gratitud, me regaló la paz, la aceptación y las lágrimas de la comprensión. Y sentí que debía contarlo, verbalizarlo.

Para que no se me olvide, que ocasión seguro que habrá.

Ecequiel Subiza Pérez