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LO MÁS SENCILLO ES CONTEMPLAR (Consuelo Martín)

La contemplación no es algo separado de la vida; forma parte del vivir.

En un momento atemporal de nuestra existencia, descubrimos la contemplación, y con ella descubrimos la vida auténtica y el significado profundo de la vida.

No pensemos, por tanto, que la contemplación es ajena a nuestras actividades diarias. En todas las situaciones del vivir se puede contemplar. Se vive con todo, y así todo puede ser transformado.

Contemplando descubrimos el porqué de la existencia, por qué sufrimos, por qué amamos. La unidad que se crea al contemplar deshace todas las dudas que la separación creó, y las preguntas que nos hacemos, todas aquellas que quedan sin aclarar desde el nivel del pensamiento, encuentran respuesta en la contemplación.

A menudo, escuchamos que el camino contemplativo es difícil. Mientras dicen esto, los seres humanos se enfrascan en grandes dificultades existenciales por no comprender… Pero contemplar no es difícil ni fácil.

Es sencillo, como lo es la verdad.

Al contemplar se avanza directo desde la verdad hasta la verdad. Y cualquier método o intención estudiada que no deje nuestra mente en estado contemplativo será mero entretenimiento del pensar o, dicho de otra manera, provendrá del mundo de los sueños.

Entretenerse en el campo mecánico de lo conocido, de lo que es habitual, parece fácil; pero no hay nada que cree más dificultades que mantenerse distraído en lo falso, creyendo que es lo verdadero.

Contemplar es acceder a lo natural; por eso ha de ser sencillo, aunque a partir de nuestros hábitos nos parezca complicado. Si a un niño que sólo sabe avanzar a gatas por el suelo se le dice que ande erguido, es normal que le parezca difícil. Sólo si, con confianza y decisión, lo intenta una y otra vez acabará descubriendo que estaba en su naturaleza, y ya no usará más las manos para asegurarse. Con ello cambiará su visión.

La mente contemplativa está hecha de lucidez sin esfuerzo. Comprobémoslo contemplando. Es la única prueba posible.

Creemos que comprendemos algo cuando lo analizamos comparándolo con otras cosas. En eso se entretiene el pensamiento. Pero comprender desde la verdad es algo distinto. En la verdadera comprensión se presenta lo real directamente en una simple toma de conciencia. A eso lo llamamos contemplar.

Cuando nos movemos dentro de la memoria del pasado, afirmamos y negamos, o aceptamos y rechazamos sin salir nunca de la influencia invisible de lo ya sabido, de lo viejo repetido una y mil veces por unos y por otros. La contemplación rompe este proceso mecánico; allí se vive en lo nuevo.

Sin separación entre el contemplador y lo contemplado, cesan las dependencias creadas por los apegos y los rechazos, y se descubre lo que siempre estuvo presente: el ámbito sagrado de la unidad total.

Para contemplar hay que atravesar el silencio. Desde el bullicio del pensar, sentir, desear, temer, no se presentará la contemplación. Para contemplar hay que atravesar el silencio, amplios ámbitos de profundo silencio. Es entonces cuando se hace en la mente un espacio vacío envuelto en una gran serenidad, en una gran paz. Se deshace así lo que creía ser y lo que creía eran los otros, lo que pensaba eran la vida o el mundo. Y una mente que no se encuentra encadenada en las experiencias del pasado y los proyectos del futuro vive un presente eterno.

Estemos atentos a ese instante en el que sobreviene el silencio de lo psicológico, porque en él puede revelarse la verdad por inspiración. Comprenderemos entonces que la vida no se copia, no se repite, no se obedece, no se deduce lógicamente, no se conquista por la fuerza.

La verdad es lo que es más allá de las apariencias; es lo que soy. Y si la mente se encuentra en equilibrio, silenciosa y serena, porque ha comprendido la lección de las apariencias, habrá revelación. Se revelará lo siempre nuevo. Y podré vivir a partir de lo verdadero, recién estrenado en cada instante atemporal.

Consuelo Martín

(Texto Introducción del libro El Arte de la Contemplación)