Cada vez me cuesta más pasar delante de un árbol con gruesa corteza y no saborear el vacío que se esconde entre los surcos, pasar una mano suavemente, con delicadeza, sin buscar nada más, cerrar los ojos y respirar despacio… Y es como si todo desapareciese y solamente permaneciese ese vacío que sostiene.
Es la única manera que tengo de entrar a la experiencia del vacío sin transitar zonas de puro vértigo, de puro pánico… Las yemas de los dedos, la textura áspera y rugosa se vuelve delicada y el silencio que nace desde dentro, desde lo más hondo, nos conecta como una sola vida a cuanto es.
Demasiadas bonitas palabras quizás.
Pero ni aun así consigo transmitir cómo se siente la belleza en la punta de los dedos, la hondura de la sensación y esa nada que lo envuelve todo.
Soy afortunada, mi ciudad está llena de árboles pelados y muchos otros ofrecen esa delicadeza en lo opuesto aparentemente, en lo tosco, lo rugoso.
Una experiencia efímera, de apenas un instante, pero que llena y abraza. Y cuando una es abrazada por el vacío que sostiene, no puede olvidarlo.
Caigo en la tentación de asirme al recuerdo y de intentar mantenerlo en el presente, cuando sé a ciencia cierta que sólo permanece en las yemas de los dedos mientras éstos rozan con suavidad los surcos que hablan de dureza, de permanencia, de tiempo pasado, de años de historia y sólo susurran en instantes inolvidables.
Demasiadas palabras bonitas quizás.
Pero la experiencia trastoca tanto por dentro e invita a vivir en presente con tanta fuerza que todas las palabras se me quedan chicas.
Simone