Es curioso lo del tiempo; es algo que parece intangible, no es algo que podamos poseer porque parece desaparecer en cuanto lo disfrutamos. Unas veces parece correr o volar cuando estamos muy a gusto, otras parece como si llevara una carga que no puede arrastrar y se vuelve lento, muy lento, sobre todo cuando esperamos o deseamos que vuele.
Parece como si siempre estuviese empeñado en llevarnos la contraria.
Pero si te pones a mirar un cronómetro descubres lo equivocada que estás. Por muy, muy inteligente que seas o por muy segura que estés, el tiempo tiene su ritmo, muy al margen de las expectativas que nos hacemos con él, al margen de nuestras ilusiones, de nuestras necesidades y de nuestra manera de percibirlo o sentirlo.
Nunca lo poseeremos y eso es algo que, más o menos en secreto, nos fastidia enormemente.
Si miras un cronómetro, lo lento y lo rápido quedan reflejados en un solo pantallazo, en el mismo instante… en los extremos opuestos de una sola imagen.
Nuestros intentos de entender y, sobre todo, de tener poder, de controlarlo, nos hizo “inventar” las horas, los minutos, los segundos… Hoy hay espacios llamados nanosegundos, expresiones que van más allá de lo perceptible; se inventan máquinas para medir aquello que nuestra mente no puede percibir… y no dejamos de inventar palabras que describan esos espacios.
Si miramos un cronómetro en marcha, la velocidad en una esquina parece cada vez mayor en contraste con la otra esquina o extremo. Lo más alejado del centro tiene su propio ritmo y a extremos diferentes, ritmos diferentes.
Dichosas expectativas.
La verdad sobre el tiempo deja de ser un capricho o una percepción, tan solo una realidad. Y de lo real sabemos poco, estamos demasiado acostumbrados a las etiquetas para transformar cualquier instante en grandioso, aburrido o sin importancia, perdiéndonos la oportunidad de descubrir lo sencillo que trae, que deja o que se suelta…
Si miras un cronómetro en marcha en silencio, con respeto y quietud, casi una siente no que la vida se escapa por entre los dedos, cosa que interpreta rápidamente nuestra mente, sino la fuerza del latido y cómo se susurra una música, cómo se siente una vibración al escuchar el latido de todo lo que vive a tu alrededor…
Si miras un cronómetro en marcha quizás descubras que los instantes son los momentos más preciados, esos previos a que ocurran los mayores desastres, lo más sublime, o lo más sencillo…
Mirar en silencio un cronómetro en marcha calma y sosiega una vez que acallas el miedo, que hace que tu mente se dispare, una vez que acallas los programas de las prisas y de aprovechar el tiempo… Porque según cómo lo miremos somos demasiado lentos o demasiado rápidos para el paso del tiempo y una va comprendiendo que el presente es lo único real.
Simone