Ayer asistí a un concierto de Cámara en el Euskalduna, es el primero de este ciclo. El Quinteto de cuerda de la BOS tocó a A. Dvorák: quinteto en Mi bemol mayor: “Americano” y el Sexteto de cuerda de la BOS a P.I. Tchaikovsky: “Souvenir de Florence”.
Estoy tan impresionada que no sé si acertaré a plasmar en el papel la experiencia que he vivido.
Me había prometido no dejarme llevar por ninguna clase de concentración mental que me indujera a sentirme fuera del cuerpo, porque al convertirse todo en ese estado tan sutil, no sabía si alguien podría manipular mi mente. Ayer me convencí de que siempre que fuera yo quien determinara entrar en ese estado y haciéndolo sola no tenía por qué temer nada de mí misma porque no soy mi enemiga. Llegada a esta conclusión me dejé llevar por la magia de la música. Paso a relatar en presente lo vivido, que es como lo sigo sintiendo.
Al inicio de los acordes tengo cuerpo y mente expectantes mientras los violines y contrabajo van emitiendo sonidos suaves, tranquilizantes, que hacen nacer en mí la esperanza de un cercano consuelo espiritual. Estoy atenta y para cuando me doy cuenta, ando ya sumergida en él sin que mi respiración provoque la más mínima alteración al aire pleno de música que me envuelve (no me doy cuenta de que estoy respirando). La sangre palpita en mis venas y retumba por todo mi cuerpo con un ritmo continuado y constante, siempre con igual intensidad hasta que en un momento dado dejo de sentir los latidos y el aliento. La piel que recubre mis músculos y mi carne deja de ser la frontera que separa mi cuerpo del aire y parece estar todo, cuerpo y aire, fundido en una unidad. Solamente mi cerebro apercibe el lazo que lo une a la visión de las demás personas sentadas en sus butacas y me percato de que el resto de mi yo quiere que ese lazo se suelte, pero a mí me da miedo, no quiero perder el contacto porque no sé en realidad lo que hay más allá, hasta dónde me voy a extraviar. Esta vez es mi razón la que me indica que he de dar ese paso, si no, jamás descubriré lo que se esconde en el otro lado, quiere ella convencerme de que lo que estoy haciendo lo hago porque quiero, que no hay nadie que me ordene, que estoy al mando y que lo puedo parar en el momento que desee. Acabo por dar la razón a mi razón y me arriesgo. Suelto el lazo.
Siento entonces que una fuerza enorme parece absorber físicamente el contenido de mi cabeza por encima de la frente y en diagonal hacia adelante y pierdo toda conexión con el cuerpo y lo que me rodea. Me doy cuenta de que estoy convertida en un punto, en un pensamiento que flota y es acariciado por la música; de que mi cuerpo no existe, no hay peso, no hay gravedad, se ha disuelto todo en ese pensamiento que es mi yo y eso ligero se torna deleite y dulzura infinitos.
Llegan entonces la protección, la carencia de miedo, la conformidad, la comprensión, la integración: soy a la vez mi todo y parte del Todo y siendo una parte me siento entera porque a la vez, no sé cómo explicarlo, el Todo soy yo. Es como si por un instante supiera y entendiera la posición que ocupo y que en realidad no me hiciera falta ocupar ninguna porque “soy”, porque “pertenezco”. No existe nada físico.
Estoy en medio de una luz amarilla cálida que me envuelve y me ama, soy amada hasta la médula, estallo de Amor, sólo existe eso, Amor, Amor, Amor no hay nada más.
El Todo, es Amor, un sinfín donde reina la absoluta armonía sin un solo obstáculo en toda su extensión, una felicidad impalpable e ignoro en qué o de qué se sustenta, ni dónde o en qué reside, pero ahí está.
Lloran mis ojos lágrimas lentas que descienden por mis mejillas. No soy consciente de si lo primero son las lágrimas y después el notar su cosquilleo en mi rostro, o de si al cosquilleo ha seguido el brote de las lágrimas, porque no hay sucesión de momentos. Cada cosa es un mundo en sí misma y sucede a la vez. No necesita explicación.
Dulzura infinita, ansia colmada.
Me hago la idea de que voy navegando/volando por el aire e instintivamente busco al tiempo el puerto al que he de llegar; sigo siendo un punto, no tengo ojos, no me los puedo representar mirando, pero de alguna manera veo y reparo en que no existe ese puerto, de que ya he llegado a donde quería ir y de que todo lo que me vaya a esperar, lo que en mis más remotos anhelos haya querido encontrar, ya lo poseo; de que no hay más viaje que el viaje en sí mismo y en eso reside su encanto y belleza.
La realidad se ha transformado para mí en Belleza absoluta que brota constantemente, siempre latente como el pulso, sale de su centro para replegarse en sí misma, se transforma en un continuo nacimiento que no tiene fin, como un óvulo que se replica. Expansión y contracción = latido. No es un agujero negro. Todo el Universo es Belleza. Es tanta que colma todos los sentidos y llena todos los saberes.
Lo veo tan sencillo, tan simple, tan a mano de todos; en tan gran concordia que ni sobra ni falta, ni un segundo a destiempo, todas las fórmulas científicas cuadradas, cumplidas, todas las posibles ecuaciones resueltas. No hay dios, no hay religiones, no hay luchas, todo reside en la Belleza, todos somos bellos y perfectos, todo parte de la Naturaleza y el Universo bellos y perfectos. Siento que se acabó mi búsqueda porque encontré la Belleza: origen y fin, salimos de la belleza para volver a ella. Belleza sin género, sin origen ni fin, siempre existiendo. Belleza = Perfección. Belleza y dulzura. Para mí decir dulzura es decir bondad, compasión, amor… ¿Lo llamamos vida?
Justo cuando termina el concierto se va concretando todo mi ser diseminado entre la sensación y el intelecto, en el cuerpo este que reconozco como mío. Abro los ojos.
La gente aplaude a los músicos y a la música.
Me cuesta exponer de esta manera mis sentires tan íntimos, no encuentro palabras.
Isabel Garrido